Freeimages.com/Lorenzo S. |
Para mí, la
Niñita del Sombrero Mexicano, tenía el mismo estatus que la Caperucita Roja o
Ricitos de Oro y en mi lógica infantil no entendía por qué no existían libros
con sus historias. Para contentarme, mi padre, que además es un talentoso de
los trazos y dibujos, tomaba el lápiz y boceteaba
de forma magistral en un papel cualquiera a la mentada niñita y su enorme gorro
de charro. Yo después coloreaba esos dibujos
y mientras lo hacía encontraba que sospechosamente la niñita se parecía a mí. Quizá
cuántas veces se repitió la misma escena durante mi infancia: nosotros en
pijama, y mi padre sentado al borde de la cama inventando y dibujando las
increíbles historias de la Niñita del Sombrero Mexicano que podía volar.
De una u
otra forma, al compartir lo que tienen adentro
(a través de historias, de cuentos, de dibujos, de experiencias, de
cariños, de ejemplos, de palabras, de paseos), los padres nos van mostrando
cómo ellos entienden el mundo y -sin quizá ser muy conscientes- nos van
enseñando también cómo tenemos que entenderlo nosotros. Y por un largo rato en la vida, la verdad de los
padres es siempre la verdad de los hijos.
Más tarde y
con el paso de los años, llegan momentos en que esa verdad se cuestiona, se
discute, e incluso se niega. Pero querámoslo o no… la verdad de nuestros padres es siempre
nuestra primera verdad. Y por ese sólo hecho, esa verdad primigenia tiene un
poder que ninguna verdad sucesiva puede tener, porque es siempre a partir de la
primera piedra que uno construye lo que sea que quiera construir. Y aunque no
se vea y no se note, es esa primera piedra la que está siempre sosteniéndolo
todo.
En mi caso, la Niñita del Sombrero Mexicano
es parte de esa piedra fundamental. Y recién ahora a la vuelta del tiempo puedo
entender la profunda verdad que, a través de esa pequeña que podía volar, mi
papá nos transmitió a mí y a mis hermanos. Hay papás que abrazan, hay papás que
conversan, hay papás que son divertidos, hay papás que son serios, hay papás
que juegan, hay papás que compran regalos, hay papás que nunca tienen un peso,
hay papás que trabajan todo el santo día, hay papás que dibujan, hay papás que
inventan historias. Los papás casi siempre hablan en clave y cuando uno logra
entender esa clave, como que toda la vida encaja… y entonces, uno agradece al
cielo que le haya tocado ese papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario