Hasta el
domingo recién pasado, yo estaba segura de que el cultivo de la autoestima era
un elemento fundamental para incrementar el bienestar y la felicidad en todas
las personas. Sin embargo, hace una semana llegó a mis manos un revelador libro
que desestima la autoestima (perdón por la cacofonía) y pone más bien el foco
en otro concepto: la autocompasión. El libro se llama “Autocompasión: el
comprobado poder de ser amable contigo mismo” de Kristin Neff Ph.D. Con sólo
leer el título sentí que un delicado bálsamo de alivio envolvía mi espíritu y que
de alguna forma des-empoderaba a ese Pepe Grillo interior severo e inflexible
que tantas veces me ha condenado al patíbulo.
Porque, no
me digan ustedes que no, pero uno es habitualmente muy crítico y duro con uno
mismo. Mucho más que con el resto de los mortales y ciertamente muchísimo más
que con las personas que conforman nuestro círculo cercano. Por ejemplo, si es
un amigo nuestro el que llega muy amargado a contarnos algún traspié, ahí
estamos nosotros con la palabra justa, la mesura, y frases como “no te preocupes,
a todos nos pasa”, “somos humanos, tenemos derecho a equivocarnos”, “nadie es
perfecto, ya pasará”. En cambio, frente a algún fallo equivalente que hayamos
podido cometer nosotros mismos, los epítetos que nos auto inferimos pueden
sonar más o menos así: “¡soy una tarada, cómo pude decir algo así!”, “¡qué estúpida
fui de no darme cuenta!”, “me veo como una vaca con estos pantalones”, etc.,
etc.
Cero compasión
con nosotros mismos, cuando en verdad, sería bastante más sano mostrar hacia
nuestra propia humanidad niveles de misericordia similares a los que manifestamos
hacia otros. Y en este sentido una autoestima sana es más bien la consecuencia
de tratarnos con cariño y amabilidad, no su causa. De hecho el libro cita estudios en los que se
ha comprobado que “una alta autoestima en realidad no mejora ni el rendimiento
académico, ni el liderazgo de habilidades de trabajo y tampoco evita que los
niños fumen, beban, consuman drogas o tengan relaciones sexuales antes de
tiempo”. Y cuenta la experiencia sobre un programa en el Estado de California
donde se destinaron 250 mil dólares anuales para aumentar la autoestima de los
niños y así reducir la delincuencia, el embarazo adolescente y el abuso de
drogas. El programa fue un fracaso total en casi todas las categorías.
Al parecer,
tratar de incrementar artificialmente la autoestima no tiene mucho sentido. Los
entendidos en el tema, están empezando a darse cuenta que para sentirse mejor con uno mismo, más que
incrementar la autoestima hay que ir un paso antes y preocuparse por cultivar
la autocompasión… sin caer en la autoindulgencia, claro.
La
autocompasión permite varias cosas, la primera y fundamental: le da a uno
espacio para reconocer su propio sufrimiento (la rabia de haberse equivocado o
la pena por haber tratado mal a quien no lo merecía), y ese reconocimiento es
la puerta de entrada a todo lo demás, como tratar de entender por qué uno hizo
lo que hizo y ver qué caminos de enmienda hay. En vez de condenarse tanto por
todos los errores que cometemos, conviene mejor usarlos para conocernos mejor,
entendernos y ver cómo podemos ir mejorando. Les confieso: me siento
infinitamente más liviana desde que el domingo pasado decidí decir… Bye
bye Pepe Grillo.
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