La vida no
es gratis. Y no estoy hablando de plata. Estoy hablando de que para recibir hay
que dar; para dar hay que tener y para tener hay que hacer varias cosas: hay
que sembrar, hay que trabajar (no exclusivamente en un sentido laboral), hay que
conseguir, hay que pensar, hay que guardar. Para algunos, el proceso es
evidente y automático. Otros, lo han aprendido a fuerza de machucazos. Sin
embargo, existe otro pintoresco grupo, para el que la cosa se resumiría
básicamente sólo en recibir y tener. Ni luces de dar, ni de sembrar, ni de
trabajar. Asumen la parte bonita de la ecuación, no sus costos.
Quieren
recibir alegría y andan siempre con la cara larga; quieren tener amigos y les
encanta fijarse en los defectos de los demás; quieren comprarse un auto, pero
les da una lata espantosa tener que levantarse en la mañana a trabajar; quieren
tener hijos educados, pero no quieren hacerse cargo de educarlos; quieren lucir
un jardín bonito, pero no quieren gastar agua en regarlo, quieren tener el
cuerpo de Laetizia Casta, pero no son capaces de dejar de comer cupcakes;
quieren tener medallas y faltan a la mitad de los entrenamientos; quieren tener
empleados leales y comprometidos, pero no quieren pagarles lo que les
corresponde. Hablo en tercera persona, pero esto es válido en primera y segunda
persona también.
¿Resultado?
La gente no tiene lo que quiere, porque no asume el costo. Cada elección que
uno hace en la vida tiene un costo. De partida, al escoger un camino automáticamente
aparece el costo de desechar todas las otras opciones, es lo que se llama el
costo de oportunidad. Y, de ahí en adelante, todo lo que uno haga o no haga,
tendrá su consecuencia. Como leí por ahí, “todos tenemos que escoger entre dos
dolores, el dolor de la disciplina o el dolor del arrepentimiento”. La factura
llega igual, para bien o para mal, tarde o temprano. Es la dinámica de la
existencia.
Por eso
sorprende que a estas alturas de la historia de la humanidad aún haya quienes
no asuman sus costos, o, lo que es incluso peor, que se los endilguen a otros. Y
lo que resulta igualmente asombroso es que ¡hay quienes están dispuestos a
asumir costos ajenos! Pero en realidad, los costos ajenos nunca eximen
totalmente al deudor original. A la larga, el universo siempre cobra por caja y
sólo al titular de la cuenta. Por eso conviene entender que los costos son
siempre personales e intransferibles… “el que quiere celeste, que le cueste”.
Nada es más
liberador que tener las cuentas al día y que entender que la vida es un trueque
en el que yo no puedo pedir más de lo que estoy dispuesto a dar. “El dar
engendra el recibir y el recibir engendra el dar”, dice Deepak Chopra. Todas
las cosas que salen de uno, regresan a uno, así es que más que preocuparse por
lo que uno va a recibir, tiene que preocuparse por lo que uno da. El resultado
de mis acciones tiene mucho que ver con la manera cómo yo presupuesto mi vida y
tiene que ver, en definitiva, con los costos que estoy dispuesto a pagar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario