Las cosas
no son lo que son, son más bien lo que nosotros creemos que son. Desde el
momento en que fui capaz de comprender a cabalidad esa frase, honestamente les
digo, que se terminaron más de la mitad de los problemas de mi vida. Porque
entendí que el mundo particular de cada uno de nosotros no está construido en
base a realidades, sino más bien en base a las percepciones de esas realidades.
Entonces, más que desgastarse en querer establecer, mejorar o cambiar una
realidad, uno debería enfocar su energía en tratar de reparar, optimizar y
perfeccionar la percepción de esa verdad.
“Percepciones
son realidades”, me decía un antiguo jefe. Y tenía toda la razón. Muchas veces
lo que nos molesta no es la realidad en sí… sino la impresión que tenemos de
esa realidad. Rory Sutherland, un destacado publicista británico, se ha
dedicado a estudiar el tema y como ejemplo de esto expone el caso de los
semáforos. Efectivamente no hay nada más irritante para un conductor que estar
detenido frente a una eterna luz roja: impaciencia, desasosiego, frustración,
ansiedad, son algunas de las emociones que pueden aflorar en ese aparentemente
interminable lapso de tiempo. Pero si al lado del semáforo, se instala un
cronómetro que te muestra cuánto tiempo te queda de espera, las sensaciones de
impaciencia, desasosiego, frustración y ansiedad tienden a disminuir y
eventualmente a desaparecer y por lo tanto, la experiencia deja de vivirse tan negativamente.
En este caso es claro: no se cambió la realidad: el semáforo siguió demorándose
la misma cantidad de minutos en cambiar a luz verde… pero al poner un reloj, lo
que se hizo fue proporcionar un elemento que redujo la sensación de
incertidumbre del conductor, lo hizo sentir más en control de la situación, y
por lo tanto, su percepción de la realidad fue bastante más positiva.
Ocurre con
bastante frecuencia que, tanto a nivel personal, como organizacional y/o institucional, erramos no sólo en el
diagnóstico de los conflictos, sino en las estrategias de solución de los
mismos. Hay muchos problemas que pueden resolverse sin tener que modificar las
realidades que generan esos conflictos, sino más bien interviniendo o cambiando
aquellas variables más sicológicas como las percepciones que existen de dichas
realidades.
La
inconmensurable sabiduría de mi madre tiene también algo que decir a este
respecto. Desde niña, le escuché repetir majaderamente el siguiente mantra:
“mire mi’jita, no sólo hay que serlo, sino que parecerlo”. Obviamente, durante
las etapas más –digamos- inconscientes de mi vida, a la frasecita en cuestión no
le asigné ningún valor. Pero actualmente –que algo he madurado- he logrado entender
a plenitud lo que mi progenitora, con su mejor intención, trataba de
inculcarme. Y no puedo estar más de acuerdo. La realidad es una cosa, pero la
percepción de esa realidad lo es todo. Nada es lo que es… sino lo que parece
ser.
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