Imagen: cortesía de Panuruangjan en FreeDigitalPhotos.net |
Al momento
de nacer, y después de nueve meses de estar en el vientre materno, se supone
que los seres humanos estamos preparados para sobrevivir en este mundo. Comme-ci comme-ça, diría yo,
no más. Porque aunque podemos respirar de forma autónoma y nuestras funciones
biológicas se ejecuten correctamente, hay una variedad de aspectos para los que
no estamos preparados: alimentarnos, abrigarnos, asearnos, desplazarnos, por
mencionar sólo algunos. Gracias a Dios, contamos con nuestras madres y/o
cuidadores que nos asisten en todas esas tareas. Y así la vida comienza avanzar
y poco a poco empezamos a caminar, a hablar, a comer solos, a lavarnos los
dientes, las manos, y mil etcéteras más.
Pero a
medida que nos vamos adiestrando en ciertas habilidades, van apareciendo distintos
desafíos que requieren de nuevas capacidades, en una especie de función
rotativa infinita que básicamente cuenta la misma vieja historia: no estamos
preparados… hasta que sí lo estamos. Por
ejemplo: un día decido que quiero aprender a caminar, y aunque no sé cómo
hacerlo, me lanzo igual no más y luego de caídas y porrazos varios, logro
caminar (no estaba preparado… hasta que sí lo estuve). En otras palabras:
sentir que uno no está preparado para hacer algo es, precisamente, la señal que
indica que es el momento exacto para comenzar a intentar eso que aún no sabes
hacer. La fórmula funciona perfectamente sólo hasta que por alguna misteriosa
razón, empezamos a tergiversar el significado de la señal… y en vez de entender
que es momento de intentarlo, creemos que no estar preparado es sinónimo de ser
incapaz de hacerlo.
Craso error,
y además error causante de un sinfín de problemas: vidas estancadas, sueños
abortados, capacidades atrofiadas, talentos desperdiciados. Porque en la vida
casi nunca estamos preparados para hacer nada. Antes de elegir nuestra carrera
¿estamos preparados para escoger a lo que queremos dedicarnos laboralmente por
el resto de nuestra vida? Antes de casarnos ¿Estamos preparados para lo que significa
vivir con otra persona hasta que la muerte nos separe? Antes de ser padres
¿estamos preparados para que otro ser dependa cien por ciento de nosotros? En
la mayoría de los casos las respuestas a estas preguntas son negativas, porque
en la vida –ya lo dije, pero lo repito- nunca estamos preparados para casi
nada. Y eso, en vez de ser un gatillador que nos impulse para buscar la forma
de seguir avanzando, se ha convertido en la excusa perfecta para quedarse paralizado.
Cambiarte
de trabajo, empezar un nuevo negocio, declarar tu amor, decidirte a cantar,
publicar un libro, hablar en público, bajar de peso, correr una maratón,
mandarlo a la punta del cerro… ¿Sientes que no estás preparado para hacer nada
de lo anterior? ¡Esa es la señal! La señal que te dice que ha llegado el
momento de lanzarte, de intentarlo, de atreverte… Si esperas a estar preparado
para aventurarte en algo nuevo, las noticias son estas: puedes quedarte sentado
esperando eternamente. Uno casi nunca está preparado para nada… Estar preparado
nunca debe ser un requisito para hacer lo quieres hacer… debe ser, más bien, el
gran resultado.
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