Todas las madres hemos sido hijas. Pero no todas las hijas
se convierten en madres. Yo soy hija y soy mamá. Cuando uno es mamá se acuerda
mucho de cuando fue hija. La impronta de la madre original, esa que a mí me
parió es indeleble. Aunque mi maternidad tiene mi sello, es inevitable que la
maternidad de mi mamá se me salga por los poros. Por esos poros que exudan amor
de madre… de mi madre, de yo madre. Ser hija te lanza a la vida; ser madre te
convierte en lanzadora. Allá van esos hijos que trajiste al mundo, esos hijos
que soñaste pero que cuando ven la luz, son lo que son no más. Esos hijos que
te niegan y que te reflejan. Esos hijos que en verdad no son de nadie más que
de ellos mismos, pero con tu imagen en su alma. Con tu imagen de madre, de
cuidadora, de celosa guardiana de su bienestar.
Ser hija es fácil, a veces. Ser madre es complejo, casi
siempre. No se estudia para madre. Uno es madre como puede, con lo que sabe,
con lo que ha visto, con lo que vivió. Algunos libros ayudan, pero en verdad lo
que más ayuda a ser madre es esa madre que uno tuvo. Porque cuando uno es niña,
cree que las madres son todas “como mi mamá”. Y entonces a uno le parece
extraño que –por ejemplo- haya otras madres que no se pinten las uñas rojas,
“como la mía”. Y uno respira hondo y agradece no ser hija de esas otras madres
extraterrestres y ajenas a ese mundo tan único y tan normal. Porque cuando uno
es hija, todo lo que tu mamá te enseña es la norma. Desde ahí entendemos el
mundo. Ése es nuestro punto de partida para empezar a caminar.
Y cuando uno es madre como que vuelve a nacer con los hijos.
Y ellos te enseñan a entender mejor a tu mamá. Y entonces un día te miras al
espejo y te ríes sola porque te acuerdas de ti misma cuando eras hija. Y los
círculos se van cerrando y al mismo tiempo se van abriendo nuevos ciclos y te
das cuenta cómo la vida nunca se detiene y cómo incansablemente todo vuelve a
comenzar. Porque al final, ser madre y ser hija siempre es una misma cosa: indisoluble.
Nunca sabes dónde termina una y dónde comienza la otra. Lo único que sabes es
que quieres hacerlo lo mejor posible. Pero eso es imposible porque no hay
recetas para no fallar.
Ser madre es una eterna conversación entre la madre que
quieres ser y la hija que fuiste. Es un diálogo lleno de preguntas, con aciertos,
con errores, con dudas, con certezas, con grandes hazañas y con dolorosas
derrotas. Siendo hija te rebelas, siendo madre te templas. Siendo hija aprendes,
siendo madre te vuelves sabia. Siendo
hija te pierdes, siendo madre te encuentras. Siendo hija sueñas con ser madre…
y siendo madre agradeces al cielo por haber sido la hija de quien fue tu mamá.
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