Gente que llega. Gente que parte. Gente que vuelve. Gente a la que no vemos más. Antofagasta es uno de esos extraños lugares donde aprendes que la vida es un instante fugaz que se desvanece como todos los instantes de la vida: irremediablemente. Por diversas razones somos muchos los que hemos llegado a instalarnos a esta ciudad y poco a poco vamos haciendo patria: tejiendo redes, haciendo amigos, involucrando sentimientos, encariñándonos, sintiéndonos cómodos, a gusto, felices. Hasta que eso se acaba cuando un día cualquiera te dan la noticia que alguno de esos buenos amigos se va. Hoy son ellos, mañana serán otros o tú mismo.
Porque Antofagasta -como la vida misma- da y quita. Y es gracias a esa ecuación que uno va entendiendo que nada es para siempre y que está bien que sea así porque esa es la naturaleza de la existencia. Y de pronto cuando tus amigos con los que has compartido tanto te dicen que quieren vender o arrendar la casa, que están buscando el dato de alguna buena empresa de mudanza y que van a hacer una venta de garage, comprendes que ha llegado la hora de despedirse y soltar amarras.
Y las sueltas. Pero cuando lo haces te acuerdas de los paseos a la playa, de los asados, de los cumpleaños, de las incontables veces que cuidaron a tus hijos y de todas esas otras veces que tú cuidaste a los de ellos. Entonces se te agolpan en el recuerdo un millón de cosas más… Ahí es cuando te invade una pena negra. Hasta que la negrura pasa y la pena se convierte en nostalgia. Y como la nostalgia no es tan terrible como la pena, sobrevives y te das ánimo… y le das ánimo también a los que se van.
Yo no sé si habrá otra ciudad de Chile donde se hagan más despedidas que en Antofagasta. Desde que llegué hace ya varios años he sido testigo de cómo otros se van. Y he mirado lágrimas ajenas sin entender bien por qué mojaban tanto. 'A Antofagasta llegas llorando y te vas llorando', reza la leyenda urbana. Un abrazo a los que parten, a los que se van a sembrar bondades a otros lados, a los que dejan aquí parte de su vida, a los que no vamos a olvidar así tan fácil, a los que ayudaron a que el desierto floreciera, a los que se llevan a Antofagasta en el corazón… y a los que dejan su corazón en Antofagasta.
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