Me acaba de
pasar. Hace un momento. Estaba sentada frente al computador, con el documento
Word en blanco, el cursor titilando, pensando en qué iba a escribir y entre mis
devaneos mentales se me apareció la imagen de una querida prima con quien
comparto la pasión por la escritura. Hacía años que no sabía nada de ella y me
acordé de lo que una vez me dijo: “Confía, porque tarde o temprano la inspiración
siempre llega. Lo importante es que te pille frente a la página en blanco”. En
eso sonó el teléfono y para mi más absoluto asombro… sí, era ella, mi prima,
llamándome sin más razón que para saber de mí. Quedé sin habla.
De más está
decir que la inspiración había llegado.
¿Coincidencia?
¿Sincronía? No hay ninguna explicación racional que pueda desentrañar este
fenómeno. Sin embargo, sí puedo señalar sin temor a equivocarme que todos hemos
vivido alguna vez este tipo de episodios. En su libro “Las coincidencias
necesarias”, Jean-Francois Vézina propone la siguiente definición: “la sincronicidad
es una coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una realidad
exterior (objetiva), en la que los acontecimientos se vinculan por los sentidos
(…) Esa coincidencia provoca en la persona que la vive una fuerte carga
emocional y manifiesta transformaciones profundas (…)”.
Puede ser
una persona que justo llega, un libro que se nos cruza en el camino, una película,
un sueño, pero lo que todas estas experiencias tienen en común es el valor
simbólico de la coincidencia. Como aquella vez cuando mi hermano me invitó a su
fiesta de cumpleaños. Yo había tenido un mal día y no tenía ganas de participar
en ninguna celebración, pero como se trataba de mi hermano, fui. Estacioné mi
auto frente a su casa y me quedé un rato a oscuras sentada en el interior del
vehículo tratando de hacerme el ánimo. De pronto, levanté la vista y miré la
patente del auto que estaba estacionado delante del mío: NU-1543. Mi mandíbula inferior
cayó hasta el suelo porque resulta que la patente de mi auto era ni más ni
menos que ¡NU-1542!
Lo sé, es
una coincidencia bastante estúpida… pero en ese momento me pareció tan
increíble que cuando toqué el timbre me encontraba en un estado de euforia tal que
se me olvidaron todas las penas y me convertí en el alma de la fiesta. Después
de todo, ¿Qué posibilidades había que en una ciudad con un parque automotriz
cercano al millón de vehículos (estamos hablando de Santiago hace unos 15 años)
yo me haya estacionado justo al lado del número correlativo de mi placa
patente?
Honestamente,
la anécdota en sí es bastante intrascendente, pero lo que importa es su mensaje:
las sincronías y coincidencias casi siempre conllevan un impacto emocional que impulsa,
que estimula y que resulta muy inspirador. De hecho, esta mismísima columna es
resultado de esa propulsión.
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