El tiempo se
ha encogido. Estoy segura. Una hora de hoy dura mucho menos que una hora de hace
algunas décadas. Hablo, obviamente, de sensaciones y de realidades percibidas.
Percibidas por mí y por varios contemporáneos que me han confidenciado que tienen
la misma impresión.
Porque una
de dos: o el tiempo se está achicando… o es uno, como ser que transita a través
del tiempo, que se ha expandido en sus afanes. Porque hoy, como que queremos hacer
más cosas, abarcar más ámbitos, tener más logros, queremos probarlo todo y
tenerlo todo… o al menos tener todo lo que tiene mi vecino, o mi amigo, o
mi compañero de oficina. Y a todas
luces, el tiempo no está dando el ancho. Y nuestra capacidad expansiva tampoco.
Porque nos vamos convirtiendo en barriles sin fondo, en seres sobre estimulados,
hiperventilados y súper productivos que han perdido la capacidad de asombro y que
se olvidan que no es desde ningún otro lugar, más que del centro del corazón,
desde donde deben emerger las razones más genuinas y honestas por las cuales
hacemos todo lo que hacemos.
Por eso
digo que el tiempo se ha encogido. Porque no alcanza a abarcar a este individuo
dilatado con todos sus anhelos. Y entonces, como somos porfiados, tratamos de
que alcance y andamos como locos, apurados, presionados, corriendo, estresados,
malhumorados, enojados, idiotas. Lo que es triste y absurdo pues malgastamos
ese tiempo, que es cada vez más escaso, experimentando emociones negativas y tóxicas
que lo único que dejan es una estela de amargura y sinsentido.
Finalmente,
lo que se me ocurre a mí que sucede es lo siguiente: si diseccionamos el tiempo
podemos decir que desde la perspectiva humana éste es lineal y se divide en
tres partes: pasado, presente y futuro. Lo que fue, lo que es y lo que será.
Bien, he notado que el tiempo se encoge cada vez que nuestra conciencia no está
en el presente. Porque es sólo en el aquí y ahora que el tiempo abre una brecha
donde no existe ni el pasado ni el futuro y por ende, nuestra experiencia vital
se verticaliza y se desarrolla en un eterno presente que finalmente te entrega
la noción de que el tiempo no sólo no se encoge, sino que, de frentón, no
existe.
Es lo que
sucede cuando somos niños. Todos tenemos la sensación de que a medida que
crecemos el tiempo va corriendo cada vez más rápido. La cadencia de la vida
durante la infancia no tiene nada que ver con la vertiginosidad de nuestra
experiencia como adultos. Básicamente es porque cuando niños estamos mucho más
presentes en el presente. Nuestra conciencia es más pura y no nos permite
enredarnos con lo que ya fue o con lo que va a pasar.
Por lo
tanto, el tiempo se encoge, sí. Pero quienes lo encogemos somos nosotros, con nuestra
ansia de no estar donde estamos; con la desesperación por llegar a dónde sea
que queramos ir; con la urgencia destemplada de querer conseguir lo que no
tenemos y con, finalmente, la locura que querer ser lo que no somos.