Todos
tenemos miedos. Miedos reconocidos y miedos que permanecen ocultos y que de
alguna forma no estamos preparados para reconocer que los tenemos. Y a veces
esos miedos que están escondidos, se refugian detrás de otros miedos. Fobias, preocupaciones,
inseguridades, son todas distintas manifestaciones de una misma cosa: miedo.
Miedo a la muerte, al futuro, al qué dirán, al ridículo, a la soledad, al
abandono… y a mil cosas más. El miedo es siempre falta de confianza y la falta
de confianza siempre se refleja de manera dolorosa en realidad que construimos.
Hay un
hermoso cuento chino que ejemplifica lo que quiero decir y que lo extraje del
libro “La Estrategia del Dragón” de Analía L’Abatte y Karina Qian Gao: “Después
de largos años de trabajo y esfuerzo un campesino había acumulado trescientos
lingotes de oro, que constituían toda su fortuna. Cuando se dio cuenta de que
tenía una riqueza tan grande, se volvió temeroso de alguien se la robara.
Aunque escondió los lingotes en varios lugares de su casa, ninguno le parecía
lo suficientemente seguro. Una noche, se levantó de su cama en medio de la
oscuridad y enterró los lingotes de oro en su jardín. Pero era tal el miedo y
el deseo de ocultar de los demás la existencia de su tesoro, que colocó en el
lugar donde lo había enterrado un cartel que decía “Aquí no hay trescientos
lingotes de oro”. A la mañana siguiente, su vecino vio el cartel, desenterró el
oro y se lo llevó”.
A veces,
nuestros miedos lo único que hacen es que a través de un torcido mecanismo
inconsciente, nos obligan construir precisamente la realidad que más tememos.
Lo cual retroalimenta nuestra creencia y por ende, nuestro miedo crece. Hay que
decir, eso sí, que el miedo tiene una base biológica y que en cierta forma es
un mecanismo que busca protegernos. El miedo, por ejemplo, impide que nos
tiremos por un acantilado y permite que huyamos ante algún peligro inminente.
Sin embargo, en su versión desequilibrada, el miedo se convierte en una emoción
tóxica y paralizadora.
En realidad
no hay nada malo en tener miedo. Lo malo está cuando el miedo nos controla y
condiciona todo lo que hacemos o dejamos de hacer. Por eso, los expertos
recomiendan que lo mejor es reconocer los miedos y enfrentarlos. Una buena
pregunta que al menos a mí me ha dado resultado cuando quiero poco a poco ir
debilitando mis miedos es… ¿qué es lo peor que puede pasar?
Imaginándome el peor escenario contextualizo
el miedo, le pongo límites, le doy forma y evito que sea una sensación
desbocada. Aunque el miedo sigue ahí, logro
empoderarme y demarcar su poder sobre mí. De cierta forma, el miedo siempre me
hace ver las cosas peor de lo que son y
cuando empiezo a desenmascararlo inevitablemente se debilita.
El miedo le
hizo perder al campesino chino sus trescientos lingotes de oro, quien no logró
comprender que su verdadero tesoro estaba en superar su miedo.
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