Ahora que estamos
entrando al último mes del año y que casi todas las madres de Chile que criamos
niños en edad escolar lo único que queremos es que se acabe el año lectivo, quisiera
detenerme un instante para recordarles, y recordarme a mí misma que, al igual
que el año pasado, al día siguiente que el año académico termine, empezaremos desesperadamente
a contar los días que faltan para que nuestros retoños vuelvan a entrar a
clases.
La realidad
es esa, y es así porque a muy poco andar no nos va a gustar verlos todo el día sentados
frente al televisor, o hipnotizados jugando con algún dispositivo electrónico,
o peleando como fieras entre hermanos. O lo que es mucho, pero mucho peor, vamos
a caer en el agobio más brutal cada vez que escuchemos la máxima favorita de
los meses de verano: “…estoy aburrido”.
Les prometo
que la frase logra enervarme. Mis hijos ya lo han detectado y por eso -astutos
ellos- el otro día me preguntaron: “¿A qué jugabas tú cuando chica para no
aburrirte, Mamita?” Claro, saben que me
encanta hablarles de mis tiempos mozos y de lo fantástico que lo pasaba con
mucho menos de lo que ellos tienen ahora. Y la perorata sonó más o menos así: “Bueno,
hacíamos tarjetitas de Navidad para los regalos, las que salíamos a vender a
todas las casas del barrio. Con la plata que ganábamos le comprábamos helados al
heladero que pasaba cada tarde por nuestro vecindario; también hacíamos carpas
con mantas y cojines en el living de la casa; inventábamos obras de teatro y
luego invitábamos a los familiares a verlas; con una caja de zapatos y una
linterna hacíamos películas caseras de dibujos animados, jugábamos a la
profesora, al doctor, a la familia, al detective privado, a la peluquería, a
los piratas y a que estábamos perdidos en una selva tropical donde habitaban
insectos gigantes; y por si eso fuera poco, coleccionábamos estampillas,
servilletas de papel, tapitas de botellas y calcomanías que pegábamos en la
ventana de la pieza”.
“¿Y no te
aburrías nunca, mamá?”, me preguntó asombradísima
mi hija menor. “¡Por supuesto que me aburría! ¡Y me aburría soberanamente!... Pero
¿saben? ése era un asunto que tenía que resolver sola. Jamás se me hubiese
ocurrido ir a decirle a mi mamá que estaba aburrida, porque de seguro terminaba
barriendo el patio o limpiando los vidrios”.
“Con el
tiempo, niños –proseguí entusiasmada- empecé a entender que era gracias al
aburrimiento que se nos ocurrían las más grandiosas ideas. Nuestra infancia no
venía con un manual de actividades y era mucho mejor así, porque si hubiésemos
estado permanentemente ocupados, jamás hubiéramos pensado en todas esas cosas
entretenidas para hacer”.
Mientras
hablaba, notaba cómo mis hijos me escuchaban ávidamente. De pronto, me fijé que
salieron del estupor y entre ellos cruzaron una mirada cómplice. “Parece que
les llegó el mensaje”, pensé con una sensación de satisfacción… que sólo duró
hasta que escuché a mi hijo mayor decirle a sus hermanas, “¿Power Rangers Dino
Charge o Liv y Maddie?”. “¡Liv y Maddie!”,
respondieron las otras dos a coro. Y los tres corrieron a sentarse frente al
televisor.
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