jueves, 4 de enero de 2018

Una

(Un cuento breve). 

Una está feliz donde está. Una está bien, acostumbrada, tranquila.

Una ya ni se acuerda que llegó a este lugar sólo hace unos años y cree que lleva acá toda su vida. Y lo que es peor, Una piensa que estará acá para siempre.

De repente, de la nada, en pleno rostro, a Una le estalla una bomba. Y Una ve en cámara lenta los pedacitos de la bomba envolviéndola a la velocidad de la luz. Algunas esquirlas salen proyectadas al infinito. Otras se entierran en la cara de Una. Cuando pasa el momento del impacto, sólo queda el silencio y Una no entiende bien lo que pasó. ¿Una explosión? ¿Un tsunami? ¿Colapsó el edificio? ¿Se cayó el avión?... Aún tumbada en el suelo y con los ojos cerrados, muy de a poco Una empieza a sentir su cuerpo. Piernas. Manos. Tronco. Cuello. Cara… ¡auch! ahí es donde duele. En un torpe intento, Una se toca la nariz y la siente mojada, entonces agradece que no pueda abrir los ojos para mirar.

Una no puede hacer mucho, y se queda tirada en el suelo, inmóvil, ciega, rogando al cielo para que esto no sea más que una pesadilla. Intenta dormir, esperanzada de que luego al despertar, esto sólo habrá sido un mal sueño. Pero en realidad, no es que Una esté dormida… más bien está inconsciente.

Algo pasa entre medio. Algo de lo que Una nunca se entera.

Hasta que llega un día en que Una se sorprende haciendo maletas, embalando la casa, buscando arriendo en otra ciudad y un nuevo colegio para los niños. Y aunque no sabe bien por qué, Una se da cuenta que está sonriendo y piensa, aliviada, que tenía razón: todo no fue más que una horrenda pesadilla.

Pero el alivio dura sólo hasta que Una se mira en el espejo y se espanta porque no se reconoce... ésa no es Una. Una no tiene esa nariz y tampoco todas esas cicatrices en las mejillas, en la frente, en el mentón.

Pero como todos a su alrededor se ven sonrientes y entusiasmados, Una no se atreve a preguntar qué pasó. Y sigue embalando y haciendo maletas y hablando hasta por los codos y contando chistes estúpidos. Así, mientras todos los demás celebran sus ocurrencias y creen que Una volvió a ser la misma de siempre, Una se escabulle al baño, se sienta sobre la tapa del wáter y se pone a llorar.   

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