El Mercurio de Antofagasta, Domingo 17 de noviembre 2013 |
Estamos encima de las elecciones. Hoy vamos a elegir parlamentarios, consejeros
regionales y al próximo Presidente o Presidenta de la República. Es una
elección importante, sin duda. Y un alto porcentaje de la población está atento
y expectante. Lo curioso es que más allá de nuestra vida cívica, donde las
elecciones se realizan cada cierta cantidad de años, en nuestra vida personal, las
elecciones las hacemos a cada rato, invariablemente.
Es que no se puede vivir sin elegir. No se puede avanzar sin elegir. No se
puede crecer sin elegir. Vivir es esencialmente elegir. Optar. Escoger entre
dos o más alternativas. Tomar un camino y no otro. Todas las decisiones son
básicamente elecciones. Por eso hay algunas que son tan difíciles. Porque al
elegir una alternativa quedan automáticamente descartadas todas las demás. Y
eso puede ser doloroso y bastante incómodo. Porque a veces puede resultar
atractivo quedarse en el campo de las posibilidades infinitas. En la
potencialidad pura. Pero en verdad hacer eso sería tan absurdo como vivir en
una eterna campaña política, llena de debates, foros, carteles, volantes,
franjas publicitarias, pero sin llegar nunca a ejercer el acto de votación. ¿Para
qué, entonces? ¿Qué objeto tendría?
Lo que sucede es que muchas veces nos confundimos, porque nuestra
capacidad de elección está tan arraigada en nosotros que la hacemos en
automático. Como cuando conducimos el auto y vamos tan ensimismados en nuestros
propios devaneos mentales que llegamos a destino sin saber bien cómo lo hicimos.
Eso mismo pasa con nuestras elecciones más inconscientes y más cotidianas. No
nos damos cuenta que las hacemos. Y cuando las hacemos, elegimos lo que estamos
más habituados a elegir. Ni siquiera razonamos.
Y si en las elecciones de este próximo 17 de noviembre un gran porcentaje
de nosotros va a votar en conciencia, como corresponde no más, pues… ¿No sería
bueno que, de manera deliberada, eligiéramos más sabiamente entre las distintas
opciones que tenemos? ¿No sería bueno que, por ejemplo, eligiéramos premeditadamente
andar más contentos o ser más
agradecidos? ¿No sería bueno que eligiéramos ver lo bueno en vez de lo malo?
¿Ver lo que tenemos en vez de lo que falta? ¿Buscar soluciones en vez de buscar
culpables? ¿Saludar, en vez de hacerse
el leso? ¿Sonreír en vez de fruncir el ceño? ¿No sería bueno?
Es una simple elección.
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