viernes, 31 de enero de 2014

Antofagasta querida


(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 25 de enero de 2014)
Vivimos la vida de acuerdo a nuestras creencias. Y esto no sólo lo digo yo, sino que son cada día más los intelectuales, pensadores, científicos y místicos que concuerdan con tal afirmación. En otras palabras, creamos lo que creemos. Lo que básicamente significa que tendemos a vivir de acuerdo a lo que pensamos acerca de nuestro mundo, de nosotros mismos, de nuestras capacidades y nuestros límites.
Un ejemplo de este fenómeno es lo que descubrimos gracias al proyecto que con una amiga presentamos al concurso de innovación y emprendimiento social Antofaemprende. Nuestra idea (un programa radial) no ganó, pero llegó hasta la etapa final del concurso. Pues bien, cuando comenzamos a idear nuestra iniciativa radial, compartíamos una sensación y una percepción -bastante generalizada, diría yo- de que Antofagasta no tiene identidad, que sus habitantes no tienen la camiseta puesta y que no existe un orgullo antofagastino. Con esa creencia en la cabeza, salimos a la calle e hicimos una encuesta muy espontánea e informal: le preguntamos a los transeúntes dos cosas: 1) ¿Qué siente usted por Antofagasta? Y 2) ¿Qué cree usted que los demás habitantes sienten por la ciudad?

Lo que constatamos fue sorprendente. Porque con respecto a la primera interrogante el cien por ciento de los entrevistados se declaró orgulloso, feliz y contento de vivir en Antofagasta. Sin embargo, al responder el segundo cuestionamiento, cada uno de ellos afirmó creer que son los “otros” habitantes de la ciudad quienes no la quieren, no la respetan y no la cuidan. En otras palabras, y según la muestra que al azar contestó nuestras preguntas, son muchos los que  quieren, valoran y están agradecidos de Antofagasta, pero cada uno de ellos cree que es el único.
¿Qué nos dice esto? Que nuestra creencia inicial es errónea. Que no nos sirve, que nos desmotiva y que nos hace crear una realidad que no nos gusta y que no queremos. Lo que tenemos que hacer entonces, es cambiar la creencia equivocada. Y al cambiar esa creencia inevitablemente cambiará nuestra realidad, porque nosotros comenzaremos a actuar con otros parámetros, desde un punto de vista positivo, motivador y muchísimo más constructivo.

La invitación, entonces, es a que hagamos fuerza de equipo, a que nos convirtamos en una sola voz, para que todos quienes llevamos a Antofagasta a en el corazón seamos capaces de cambiar esa creencia inexacta e instalar definitivamente la idea de que esta ciudad es amada y profundamente valorada y así podamos contagiar el entusiasmo de vivir aquí e inspirar a todos los antofagastinos a creer en ellos y en su Antofagasta querida.

jueves, 30 de enero de 2014

La resistencia


(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 18 de enero de 2014)

“La mayoría de nosotros tenemos dos vidas.  La vida que vivimos, y la vida no vivida dentro de nosotros. Entre las dos se encuentra la Resistencia”. Con esa frase comienza el primer capítulo del libro “La guerra del arte: rompe las barreras y gana tus batallas creativas internas” de Steven Pressfield. La frase me resulta algo incómoda pero a la vez brutalmente sensata. Porque hacer lo que hemos venido a hacer y cumplir los llamados internos cuesta. Y cuesta no porque sea algo complejo per se, sino porque la mayor dificultad reside precisamente en vencer esa fuerza oscura y negativa que todos llevamos dentro y que Pressfield llama Resistencia. Así con mayúscula.

Si alguna vez has querido ser algo que al final nunca fuiste, entonces conoces perfectamente la Resistencia. La vida está llena de empresarios que no emprendieron, de flacos que nunca pudieron dejar de ser gordos, de cantantes que no cantaron, de deportistas que jamás corrieron la maratón que soñaron. Con este libro queda claro que el enemigo está en nuestro interior. Y que cada uno de nosotros es el principal saboteador de que sus sueños se hagan realidad. Querámoslo o no, habita dentro nuestro un extraño poder que utiliza los artilugios más retorcidos e incluso estúpidos para hacernos creer que no podemos, que no sabemos, que no estamos preparados, que tenemos miedo, que no tenemos tiempo, que no tenemos voz, que no conocemos a nadie, que tenemos vergüenza, que estamos muy gordos o muy  flacos o muy cansados. Las excusas son interminables y bastante patéticas por lo demás.

Pressfield agrega: “La Resistencia es la fuerza más tóxica del planeta. Es raíz de más tristeza que la pobreza, enfermedad y disfunción eréctil. Rendirse ante la Resistencia deforma nuestro espíritu. Nos paraliza y nos hace menos de lo que somos y estamos destinados a ser”.

Al menos lo que me sucede a mi es que a medida que va pasando el tiempo y que cada año voy teniendo más años que los que nunca tuve, es que me asusto y me pregunto una y otra vez ¿es que acaso nunca voy a vivir esa otra vida que siempre quise vivir? No porque la vida que tenga ahora no me guste, sino porque aún hay muchos sueños que no he alcanzado. Una vez alguien me dijo que los obstáculos  aparecen en el camino sólo para medir con cuánta fuerza y ganas queremos conseguir algo. Mike Dooley, otro autor norteamericano bastante notable lo explica de la siguiente forma: "Lo único que todos los escritores famosos, atletas de clase mundial, magnates de los negocios, cantantes, actores y triunfadores en cualquier campo tienen en común, es que todos ellos comenzaron su camino cuando no eran ninguna de esas cosas. Y sin embargo, igual comenzaron sus viajes".
Dejémonos de excusas.  La responsabilidad es nuestra. De nadie más. Esa es la mala noticia. La buena noticia es que somos los únicos que tenemos la llave para –de una buena vez- hacer lo que vinimos a hacer.

jueves, 16 de enero de 2014

Pensar bien


(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 11 de enero de 2014)
El otro día un querido amigo me contó una historia que apenas la escuché, sentí miles de campanas repicar en mi cabeza. La historia es la siguiente: una vez, hace varios años, mi amigo estaba en el aeropuerto de alguna ciudad de Canadá. Era invierno y tenía que tomar un avión que lo conectaría con otro avión, el cual a su vez lo enlazaría con un tercer avión en Miami. Este intrincado itinerario era el único que lo podía llevar de vuelta a Chile para llegar a tiempo al cumpleaños de su hijo.
Como en Canadá los inviernos son realmente inviernos, varios vuelos se habían atrasado y estaba la escoba en el aeropuerto. La fila para abordar el vuelo de mi amigo era interminable y supo en ese instante que lo más probable era que su flamante itinerario se fuera a las pailas.

Desfigurado por la tragedia, mi amigo, que habla un perfecto inglés, comentó al borde del llanto a los gringos que estaban cerca de él en la fila, su desgraciada situación. Al escuchar el relato, los angloparlantes se encogieron de hombros y lo miraron confundidos, con cara de “…Yaaaa… ¿Y cuál es el big problem?” y le aconsejaron que tomara sus bártulos, dejara los lamentos y partiera a ubicarse en el primer lugar de la fila. Mi amigo, chileno de tomo y lomo, se negó. “No puedo hacer eso- dijo- toda la gente que está hace horas esperando su turno se molestaría conmigo. Sería una imprudencia. ¡Quizá qué pensarán de mí!”. El gringo más fornido y canoso lanzó una carcajada y dijo en inglés: ¡Nadie pensará eso! ¡Sólo asumirán que usted debe tener  muy buenas razones para hacerlo!” Y dándole un palmoteo en la espalda, lo empujó a que se fuera para adelante, no más.
El periplo terminó felizmente: nadie en la fila reclamó; mi amigo tomó su vuelo; hizo todas las conexiones sin novedad y al día siguiente estaba muy campante cantándole el cumpleaños feliz a su amado retoño.

La historia me pareció hermosa.  Si en vez de pensar mal y juzgar livianamente a otros por las acciones que nos molestan y tan sólo asumiéramos que seguramente deben tener muy buenas razones para hacer lo que hacen, nos ahorraríamos mucha mala onda y pensamientos negativos que lo único que hacen es contaminarnos el espíritu. Siempre es mejor pensar bien de los demás. Quizá haya quienes en verdad no se lo merezcan… pero estoy segura que son los menos. Al fin y al cabo y de una u otra forma, todos queremos subirnos a algún avión.

jueves, 9 de enero de 2014

El quinto tentáculo de la medusa


(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 04 de enero de 2014)
Tiendo a creer en las señales: mensajes, imágenes, metáforas que “la vida” va poniendo en el camino y que bajo ciertas circunstancias y de acuerdo también a específicos estados de ánimo e interpretaciones estrictamente personales, adquieren significados que hacen cierto sentido. Lo tomo como un juego, y como todo juego… siempre hay algo de verdad en él.

Pues bien, motivada por el asombroso avistamiento de medusas en las costas antofagastinas,  quise averiguar más sobre estos curiosos ejemplares, encontrando profusa información en Internet. He aquí algunas de las singularidades de estas criaturas acuáticas que nadie sabe bien qué están haciendo en nuestro litoral y que están invadiendo nuestras playas, nuestro verano y nuestro mar que tranquilo nos baña.

1)      Las medusas son gelatinosas y además son resbalosas al tacto. Son blandengues, careciendo de músculos y huesos y están compuestas en un 95% por agua.

2)      Se dejan llevar por la corriente: a pesar de que las medusas presentan cierta capacidad para moverse verticalmente en el agua, no son sino el viento y la corriente marina, los que a menudo desempeñan un papel vital en su desplazamiento.

3)      No tienen cerebro. Lo que resulta notable, si consideramos que las medusas son una de las criaturas más antiguas de la tierra y que en los más de 700 millones de años que llevan surcando los mares, han sobrevivido perfectamente sin un órgano que centralice y gestione su sistema nervioso.

4)      Sacan ronchas. Sí. Estos bichos pican. Sus largos tentáculos están cargados de células urticantes. Por lo general, al contacto con la piel, lo peor que sucede es un poco de dolor, picazón y una erupción que puede durar algunas horas.

De este listado de peculiaridades de las medusas uno podría inferir intrincadas interpretaciones: quizá resulta ser una buena alegoría para describir ciertas características humanas; quizá funciona como una perfecta ironía entender que estos seres están desembarcando en nuestras costas. Pero…  ¿Servirá de algo buscarle la quinta pata al gato? O mejor dicho ¿el quinto tentáculo a la medusa?

Me inclino a pensar que lo que uno deduce (de los otros, de la naturaleza, de las experiencias de la vida) no es más que el espejo de uno mismo. Por eso funciona el test de Rorschach (ese test de las manchas que le hacen a uno cuando postula a algún trabajo). Nuestra vida nos refleja. Uno ve lo que quiere ver. Escucha lo que quiere escuchar y entiende lo que quiere entender. Porque lo cierto es que todo es mucho más simple y las medusas son sólo eso: medusas.

El pasto del vecino

(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 28 de diciembre de 2013)
 
El mejor gol del año; los 100 jóvenes líderes del país; los 20 personajes más influyentes de Chile; los 10 más guapos; las 10 más bellas. En esta época del año nos inundan más que nunca todo tipo de rankings, de Top Ten,  de Top Cien, de listas de los mejores, de los peores, de los más buenos y de los más malos. Se acaba el año, es momento de balances y como que nos gusta esta cosa de clasificar y de ordenar bajo algún criterio. A nivel personal también lo hacemos y tendemos a mirar a nuestro alrededor para saber más o menos en qué lugar terminamos ubicados.
Creo que más que nada los rankings sirven para contextualizar.  Si soy bueno en algo, no voy a enterarme qué tan bueno soy a menos que sepa quiénes son mejores y quiénes son peores que yo. Es un método válido y útil si quiero medir mi desempeño en función de los demás. Pero existe también otra forma: evaluarme en relación a mí mismo y a mi historia. Y ahí quizá el proceso puede volverse más interesante aún. Porque es sólo a través de esa ecuación que nosotros podemos realmente palpar cuánto hemos progresado.
Hay momentos en que las comparaciones resultan especialmente odiosas y casi siempre distorsionadas. Ya conocemos la analogía del pasto del vecino: siempre parece más verde. Porque a lo lejos la hierba suele verse tupida y mullida. Pero todos sabemos lo que pasa al ir acercándose…  nunca es ni tan tupida, ni tan mullida. De tanto mirar para el lado y compararnos con los demás nos habituamos a poner  el acento en lo que nos falta. En cambio, si nos medimos con respecto a nosotros mismos, estamos más forzados a poner el foco en lo que hay, en lo que tenemos, en lo que hemos logrado.

Y porque creo firmemente que nuestra fortaleza está en el interior -no allá afuera- es que pienso que los balances que más cuentan son los balances privados. El psicólogo norteamericano Wayne Dyer, autor de numerosos libros, entre ellos el aclamado best seller “Tus zonas erróneas”,  señala que “la propia estima no puede ser verificada por los demás. Tú vales porque tú dices que es así. Si dependes de los demás para valorarte, esta valorización estará hecha por los demás”.

Que este variopinto despliegue de listas “top de tops” que hacen nata en estas fechas nos inviten a revisar nuestros rankings personales, como el de la mamá con los mejores hijos o el del marido con la esposa más cariñosa, o el del empleado con el trabajo más desafiante. Que si el pasto del vecino está más o menos verde, en realidad da lo mismo... Lo que verdaderamente importa es qué tan frondoso está mi propio jardín.