lunes, 6 de abril de 2015

Expectativas realistas

“Con permiso papá… ¿Puedo pararme de la mesa”? Le decía yo cuando niña a mi progenitor cada vez que terminaba almorzar. La mayoría de las veces mi papá me dispensaba sin mayor trámite. Pero en otras ocasiones, mi padre me miraba, levantaba una ceja y me respondía: “Claro que puede pararse, jovencita…” E inmediatamente agregaba: “… pero no puede caminar…” Mis hermanos se miraban burlones y soltaban sendas carcajadas. Yo suspiraba resignada y encontraba que el chiste, además de fome, estaba enfermo de trillado porque lo venía escuchando desde que tenía 5 años.

Me acordé de esta anécdota, debido a que el otro día conversaba con un amigo, quien me deslizó varias veces durante nuestro coloquio una frasecita que para mi gusto emplea la misma lógica de la chanza de mi papá. “Mira, Marcela –declaraba mi amigo gesticulando grandilocuentemente con sus manos- en la vida siempre es mejor tener expectativas realistas...”. Me lo dijo de manera reiterada y cada vez que lo repetía, yo no sabía bien por qué, pero como que me tenía que volver a acomodar en mi asiento. Más tarde, caí en cuenta que es en específico el binomio “expectativas”/“realistas”, lo que hace que algo en mí se rebele. Sobre todo cuando dichas expectativas tienen directa relación con mis desafíos personales. Porque francamente, que te sugieran que es mejor tener “expectativas realistas” es igualito a que a una le digan, “bueno, mijita, puede pararse… pero no camine”. Raro.

No puedo evitarlo, definitivamente la dupleta “expectativas realistas” me corta la inspiración. Es que el meollo de dicho enunciado es bien contradictorio e  insta a la confusión: por una parte invita a tener esperanza, y por otra, infunde miedo. En otras palabras,  las “expectativas realistas” sólo se disfrazan de esperanza, pero su verdadero rostro es el temor. Y resulta que uno no puede tener esperanza y miedo al mismo tiempo porque la esperanza se basa más bien en la confianza y en la fe, que son conceptos intrínsecamente opuestos al miedo.

Las “expectativas realistas” no son más que ilusiones con bozal; es soñar en chico, no en grande; es buscar el empate en vez de salir a ganar el partido; es una invitación a abrir las alas pero sólo para volar dentro de una jaula. Es como que te digan “bueno, tírate a la piscina y métete al agua, pero no te mojes…”

Me gusta más que las “expectativas” vayan así, solas, a secas, sin ninguna adjetivación que sirva de air-bag. Si voy a soñar, quiero soñar en Cinemascope o, más actualizado, en Ultra HD-4K. Si me caigo y me pego un porrazo, (¡y se los juro que me los he pegado!), me tendré que levantar no más. Andaré machucada un rato, pero todo pasa y, como dicen, lo que no te mata te fortalece. Miguel Ángel Buonarroti, uno de los más grandes artistas de la historia de la humanidad, lo expresó notablemente: “El mayor peligro para la mayoría de nosotros no es apuntar demasiado alto y fallar, sino apuntar demasiado bajo y acertar”.

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