“Con
permiso papá… ¿Puedo pararme de la mesa”? Le decía yo cuando niña a mi
progenitor cada vez que terminaba almorzar. La mayoría de las veces mi papá me dispensaba
sin mayor trámite. Pero en otras ocasiones, mi padre me miraba, levantaba una
ceja y me respondía: “Claro que puede pararse, jovencita…” E inmediatamente agregaba:
“… pero no puede caminar…” Mis hermanos se miraban burlones y soltaban sendas
carcajadas. Yo suspiraba resignada y encontraba que el chiste, además de fome, estaba
enfermo de trillado porque lo venía escuchando desde que tenía 5 años.
Me acordé
de esta anécdota, debido a que el otro día conversaba con un amigo, quien me
deslizó varias veces durante nuestro coloquio una frasecita que para mi gusto
emplea la misma lógica de la chanza de mi papá. “Mira, Marcela –declaraba mi
amigo gesticulando grandilocuentemente con sus manos- en la vida siempre es
mejor tener expectativas realistas...”. Me lo dijo de manera reiterada y cada
vez que lo repetía, yo no sabía bien por qué, pero como que me tenía que volver
a acomodar en mi asiento. Más tarde, caí en cuenta que es en específico el
binomio “expectativas”/“realistas”, lo que hace que algo en mí se rebele. Sobre
todo cuando dichas expectativas tienen directa relación con mis desafíos
personales. Porque francamente, que te sugieran que es mejor tener “expectativas
realistas” es igualito a que a una le digan, “bueno, mijita, puede pararse…
pero no camine”. Raro.
No puedo
evitarlo, definitivamente la dupleta “expectativas realistas” me corta la
inspiración. Es que el meollo de dicho enunciado es bien contradictorio e insta a la confusión: por una parte invita a
tener esperanza, y por otra, infunde miedo. En otras palabras, las “expectativas realistas” sólo se
disfrazan de esperanza, pero su verdadero rostro es el temor. Y resulta que uno
no puede tener esperanza y miedo al mismo tiempo porque la esperanza se basa más
bien en la confianza y en la fe, que son conceptos intrínsecamente opuestos al
miedo.
Las “expectativas
realistas” no son más que ilusiones con bozal; es soñar en chico, no en grande;
es buscar el empate en vez de salir a ganar el partido; es una invitación a
abrir las alas pero sólo para volar dentro de una jaula. Es como que te digan “bueno,
tírate a la piscina y métete al agua, pero no te mojes…”
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