“Al final,
mijita -decía mi abuela- todo se reduce
a tomar la escoba y barrer”. Yo a los siete años no entendía bien lo que la
señora quería decir. Pero con el tiempo, la frase fue cobrando sentido y poco a
poco empecé a comprender. Dueña de casa, abnegada y silenciosa, mi abuela
aprendió a fantasear con los quehaceres domésticos y los convertía en curiosas
metáforas llenas de enseñanzas de vida. Para ella, tomar la escoba y barrer no
era más que limpiar los restos de un pasado que ya se había ido y despejar el
terreno para el futuro que estaba por llegar.
Cuánta
razón tenía mi abuela. Qué iba a pensar ella, que varios años después, todas
esas palabras sencillas del recetario familiar, llenas de sabiduría casera me
iban a hacer tanto sentido. “La casa es como el corazón”, decía, “hay que
tratar de mantenerla limpia y ventilada y entender que cuando afuera hace frío,
no queda más que encender la calefacción”. Hablaba de cómo hay que estar
preparada para los momentos difíciles y de que la energía siempre hay que
buscarla en el interior.
En el
living tenía un gomero, que podaba cuando se ponía muy grande y frondoso, para
luego regalar los mugrones a sus vecinas y amigas. Una vez me contó el secreto
de ese gomero que para mí era inmortal y eterno: “lo riego una vez a la semana, pero todos los
días, sin falta, le cuento un chiste”, me dijo guiñándome un ojo. A veces, yo no
era capaz de detectar si mi abuela hablaba en serio o si me estaba tomando el
pelo, lo cierto es que ahora entiendo su mensaje: nada nunca es ni tan serio, ni
tan grave y un poco de risa no le hace mal a nadie.
Hoy cuando
muchas veces la vida asusta e intimida, me hace bien recordar la templanza con
que mi abuela pasaba los días. Porque uno a veces se enreda sola en la vorágine
del ir y venir y en el tratar de hacer todo perfecto. “A las camisas más caras también se les caen
los botones”, decía ella cuando quería hacerme entender que no siempre podemos
tener todo bajo control. Su lógica era la
del sentido común, que a veces resulta ser el menos común de los sentidos.
Y así como
mi abuela, debe haber mil abuelas más… porque cada una de ellas sabe cosas que
los que aún no hemos llegado a esa etapa de la vida, no tenemos cómo saber. Es
verdad que lo comido y lo bailado, nadie nunca lo va a poder quitar, pero para
que el círculo sea completo, la vida no sólo debe ser vivida, sino sobre todo,
enseñada, traspasada y compartida.