sábado, 25 de julio de 2015

Enseñanzas para compartir


“Al final, mijita  -decía mi abuela- todo se reduce a tomar la escoba y barrer”. Yo a los siete años no entendía bien lo que la señora quería decir. Pero con el tiempo, la frase fue cobrando sentido y poco a poco empecé a comprender. Dueña de casa, abnegada y silenciosa, mi abuela aprendió a fantasear con los quehaceres domésticos y los convertía en curiosas metáforas llenas de enseñanzas de vida. Para ella, tomar la escoba y barrer no era más que limpiar los restos de un pasado que ya se había ido y despejar el terreno para el futuro que estaba por llegar.

Cuánta razón tenía mi abuela. Qué iba a pensar ella, que varios años después, todas esas palabras sencillas del recetario familiar, llenas de sabiduría casera me iban a hacer tanto sentido. “La casa es como el corazón”, decía, “hay que tratar de mantenerla limpia y ventilada y entender que cuando afuera hace frío, no queda más que encender la calefacción”. Hablaba de cómo hay que estar preparada para los momentos difíciles y de que la energía siempre hay que buscarla en el interior.

En el living tenía un gomero, que podaba cuando se ponía muy grande y frondoso, para luego regalar los mugrones a sus vecinas y amigas. Una vez me contó el secreto de ese gomero que para mí era inmortal y eterno: “lo riego una vez a la semana, pero todos los días, sin falta, le cuento un chiste”, me dijo guiñándome un ojo. A veces, yo no era capaz de detectar si mi abuela hablaba en serio o si me estaba tomando el pelo, lo cierto es que ahora entiendo su mensaje: nada nunca es ni tan serio, ni tan grave y un poco de risa no le hace mal a nadie.

Hoy cuando muchas veces la vida asusta e intimida, me hace bien recordar la templanza con que mi abuela pasaba los días. Porque uno a veces se enreda sola en la vorágine del ir y venir y en el tratar de hacer todo perfecto. “A las camisas más caras también se les caen los botones”, decía ella cuando quería hacerme entender que no siempre podemos tener todo bajo control. Su lógica era la del sentido común, que a veces resulta ser el menos común de los sentidos.


Y así como mi abuela, debe haber mil abuelas más… porque cada una de ellas sabe cosas que los que aún no hemos llegado a esa etapa de la vida, no tenemos cómo saber. Es verdad que lo comido y lo bailado, nadie nunca lo va a poder quitar, pero para que el círculo sea completo, la vida no sólo debe ser vivida, sino sobre todo, enseñada, traspasada y compartida. 

domingo, 5 de julio de 2015

Nunca hemos ganado nada... (Hasta ahora)

(Columna publicada en "El Mercurio de Antofagasta", 
el sábado 4 de Julio de 2015, antes de la final Chile-Argentina).

De cara a la final de la Copa América se ha repetido majaderamente que los chilenos “nunca hemos ganado nada”… Sinceramente, la frasecita me crispa. Me pone mal. Porque no es una frasecita cualquiera ya que siempre que se dice, se dice con su qué. Es ese qué,  el que en realidad me molesta, porque implica un juicio, o lo que es peor, una sentencia. Una sentencia que de manera solapada –escondiéndose detrás de una expresión aparentemente objetiva- sabotea los sueños, deteriora la ilusión y valida- erróneamente, para mi gusto- la idea de que el pasado nos determina, ya que de manera subliminal se entrega el mensaje de que si nunca hemos ganado nada… ¿Por qué tendríamos que ganar algo ahora?

Tiendo a pensar que lo hay detrás no es más que miedo: miedo a hacernos cargo de que sí podemos salir campeones, miedo a ser los mejores, miedo a dejar de ser víctimas, miedo a asumir la responsabilidad de lograr el objetivo. 

El pasado no es más que una construcción mental basada en experiencias, las que a su vez están compuestas tanto por hechos, como por las percepciones que nosotros tenemos acerca de esos hechos. Explicado de otra forma, la ecuación hecho (objetivo) + percepción (subjetiva) = experiencia, demuestra que el pasado, entendido como una sucesión de experiencias que tienen un componente de subjetividad,  nunca es del todo imparcial y verdadero y por lo tanto, malamente puede erigirse como un pivote concluyente para  determinar  el  presente o el  futuro de una persona, de una organización, de un país… o de un equipo de fútbol.

Entendí lo anterior hace ya varios años, cuando recién egresada de la universidad tuve la posibilidad de viajar al extranjero sola. Por primera vez en mi vida, experimenté una sensación de absoluta libertad. Nadie me conocía en el lugar al que iba, nadie sabía quién era yo, ni cómo era yo, ni como solía ser yo, por lo mismo, a partir de ese momento descubrí que yo podía ser quien yo quería ser. No tenía que actuar de acuerdo a las etiquetas y los roles con los que durante años me identifiqué y comprendí entonces que casi todo lo que hacemos en la vida está condicionado no por cómo somos, sino por cómo creemos que somos y por cómo creemos que los demás creen que somos. Vivimos sujetos a tantas creencias, que pensamos que ellas nos definen y terminamos actuando en consecuencia.

Bueno, no debería ser así. El pasado no tiene el poder –a menos que yo se lo confiera- de evitar que yo reinvente mi vida en un presente nuevo y en un destino mejor.  Y finalmente, la lógica que se tendría que aplicar es que si voy a actuar de acuerdo a mis creencias, al menos debería escoger las creencias que me potencian y no las que me limitan. 

De alguna forma, pienso que este grupo de jóvenes y cuerpo técnico que conforman la actual Selección Nacional de  Fútbol, tienen la gran misión no sólo de ganar la Copa América, sino de cambiar la creencia de millones de chilenos y hacernos entender a todo un país que el pasado da lo mismo, que las etiquetas autoimpuestas las puedo cambar cuando quiera, y que de ahora en adelante vamos a empezar a ganarlo todo. 

En el lugar equivocado


Hay un viejo cuento que relata la historia de un joven que encontró a su amigo arrodillado buscando desesperadamente algo en el jardín de su hogar. “¿Qué buscas?”, le preguntó el joven a su amigo. “Busco la llave de la casa, se me perdió y no la encuentro”. El joven se arrodilló sobre el pasto para ayudar a su amigo, hasta que después de un rato quiso averiguar más: “¿Dónde perdiste la llave?”. Muy concentrado en lo que estaba haciendo y sin levantar la vista del suelo, el amigo le respondió, “En mi pieza…”. “Y entonces- volvió a inquirir sorprendido el joven- ¿por qué la buscas acá afuera en el jardín?”. El amigo lo miró como si no entendiera la pregunta. “Obvio – le dijo levantando los hombros- porque acá está más luminoso”.

La enseñanza de la historia tiene que ver con la lógica irracional con que a veces procedemos para resolver ciertos asuntos de nuestra vida. Básicamente se debe a que gran parte del tiempo buscamos en el lugar equivocado las soluciones, las respuestas o las explicaciones de lo que nos sucede. Por ejemplo, si discutimos con alguien, creemos que la solución del conflicto sólo se producirá si el otro modifica su postura, porque claro, desde nuestra perspectiva el que está mal es él. En este caso, intentamos que el otro –no nosotros- cambie. El inconveniente no sólo no se soluciona, sino que lo más probable es que incluso empeore, porque la componenda la estamos demandando desde una postura parcial y por lo tanto, incorrecta y además, la hacemos llegar de una manera errada y… al personaje equivocado.

Otro ejemplo: si un día no nos sentimos de buen ánimo, responsabilizamos de ello al clima, a la pareja, al jefe, o al gobierno… nos convencemos que si no fuera por ellos, nuestra vida sería mucho más hermosa y plena. En otras palabras, traspasamos el cometido  de nuestra felicidad a los agentes equivocados.

Un tercer caso: un amigo nos pide ayuda, nosotros se la damos con gusto. Con el correr del tiempo, nuestro amigo asume que cuenta con nuestra ayuda sin siquiera preguntarnos. A pesar de sentirnos pasados a llevar, nosotros igual le brindamos la ayuda, pero nos quedamos con la amarga sensación de que se aprovechó de nuestra buena voluntad. “Si no hubiera sido tan patudo”, pensamos responsabilizando en un cien por ciento a nuestro amigo por el resentimiento con que nos dejó.  ¿En serio? ¿Y nuestra capacidad para poner límites? En este caso, también depositamos la responsabilidad del hecho en la persona equivocada.

Y así se nos pasa la vida: buscando llaves en los lugares equivocados… la llave de la felicidad, la llave de la armonía, la llave de la paz, entre otras muchas llaves que perseguimos donde nunca las vamos a encontrar. Si convenimos que nuestro mundo exterior es resultado de nuestro mundo interior, entonces dejemos de buscar en el lugar equivocado… dejemos de buscar afuera lo que sólo vamos a encontrar adentro.

Cambiando yo, cambia mi mundo


Hay cosas que no puedo hacer, que no alcanzo a hacer y cosas que no tengo ganas de hacer. Y a pesar de eso, las hago… ¿No será tiempo ya de empezar a hacer sólo lo que puedo hacer, lo que alcanzo a hacer y lo que tengo ganas de hacer? Suena bonito y tentador, pero no es tan fácil. Por mis diferentes responsabilidades, hay cosas que aunque no pueda hacer, las tengo que aprender a hacer; cosas que aunque no alcance a hacer, tengo que darme el tiempo para hacerlas, y cosas que aunque no quiera hacer, las tengo que hacer igual.

La opción, lisa y llanamente, sería salir corriendo como las locas a perderme en la vastedad del desierto, para no volver jamás… o al menos para desaparecer por un rato hasta que me den ganas de hacer todo lo que tengo que hacer y que por el momento no quiero. No sería muy cuerdo, lo tengo claro. Y sería bastante inmaduro también.

En todo caso, la gracia no sólo es hacer todo eso que preferiría no hacer. Sino que hacerlo con la cara llena de risa, sin patear la perra y como si de verdad me gustara hacerlo. Al final pasarlo bien en la vida, no sólo se reduce a hacer lo que quiero hacer, sino más bien a que cuando me toque hacer lo que no quiero hacer, lo haga con buena disposición. Sólo cambiar la actitud con respecto a algo que me desagrada, disminuye notablemente la sensación de desagrado.

Por ejemplo, si detesto planchar camisas, tengo un problema. Pero mi problema no es ni la camisa, ni la plancha, ni siquiera mi marido, a quien le gusta usar las camisas bien planchadas. El verdadero problema es mi disposición para planchar. ¿Qué es más fácil y más efectivo para resolver el problema? ¿Despotricar contra la plancha?  ¿Alegar contra la camisa? ¿Tratar de convencer a mi marido que las camisas arrugadas “la llevan”? No a todas las anteriores. La única llave que de verdad funciona es cambiar la manera cómo yo percibo lo que me sucede. 

Ghandi lo dijo: “Cambiando yo, cambia mi mundo”. Bonita la frase y súper manoseada también. Es que no es fácil aplicarla y curiosamente, quienes más la pronuncian suelen ser los que menos la practican. No es sencillo desprogramar la forma cómo hemos aprendido a mirar el mundo. No es fácil liberarse de la tendencia de culpar al resto del mundo de nuestras desgracias. Tampoco es sano creer que los responsables de todo somos nosotros. En verdad, nadie tiene la culpa de nada. Sólo hay que aprender a mirar de nuevo y a tratar de entender las cosas de otra forma.

La realidad sólo existe en la medida y en la forma cómo es percibida. Si yo cambio mi manera de percibirla, cambiará mi realidad. El camino es largo y engañoso. Pero la promesa es vivir una vida más plena y más feliz.