Hay cosas
que no puedo hacer, que no alcanzo a hacer y cosas que no tengo ganas de hacer.
Y a pesar de eso, las hago… ¿No será tiempo ya de empezar a hacer sólo lo que
puedo hacer, lo que alcanzo a hacer y lo que tengo ganas de hacer? Suena bonito
y tentador, pero no es tan fácil. Por mis diferentes responsabilidades, hay
cosas que aunque no pueda hacer, las tengo que aprender a hacer; cosas que
aunque no alcance a hacer, tengo que darme el tiempo para hacerlas, y cosas que
aunque no quiera hacer, las tengo que hacer igual.
La opción,
lisa y llanamente, sería salir corriendo como las locas a perderme en la
vastedad del desierto, para no volver jamás… o al menos para desaparecer por un
rato hasta que me den ganas de hacer todo lo que tengo que hacer y que por el
momento no quiero. No sería muy cuerdo, lo tengo claro. Y sería bastante
inmaduro también.
En todo
caso, la gracia no sólo es hacer todo eso que preferiría no hacer. Sino que
hacerlo con la cara llena de risa, sin patear la perra y como si de verdad me
gustara hacerlo. Al final pasarlo bien en la vida, no sólo se reduce a hacer lo
que quiero hacer, sino más bien a que cuando me toque hacer lo que no quiero
hacer, lo haga con buena disposición. Sólo cambiar la actitud con respecto a
algo que me desagrada, disminuye notablemente la sensación de desagrado.
Por
ejemplo, si detesto planchar camisas, tengo un problema. Pero mi problema no es
ni la camisa, ni la plancha, ni siquiera mi marido, a quien le gusta usar las camisas
bien planchadas. El verdadero problema es mi disposición para planchar. ¿Qué es
más fácil y más efectivo para resolver el problema? ¿Despotricar contra la
plancha? ¿Alegar contra la camisa?
¿Tratar de convencer a mi marido que las camisas arrugadas “la llevan”? No a
todas las anteriores. La única llave que de verdad funciona es cambiar la
manera cómo yo percibo lo que me sucede.
Ghandi lo
dijo: “Cambiando yo, cambia mi mundo”. Bonita la
frase y súper manoseada también. Es que no es fácil aplicarla y curiosamente,
quienes más la pronuncian suelen ser los que menos la practican. No es sencillo
desprogramar la forma cómo hemos aprendido a mirar el mundo. No es fácil
liberarse de la tendencia de culpar al resto del mundo de nuestras desgracias.
Tampoco es sano creer que los responsables de todo somos nosotros. En verdad,
nadie tiene la culpa de nada. Sólo hay que aprender a mirar de nuevo y a tratar
de entender las cosas de otra forma.
La realidad
sólo existe en la medida y en la forma cómo es percibida. Si yo cambio mi
manera de percibirla, cambiará mi realidad. El camino es largo y engañoso. Pero
la promesa es vivir una vida más plena y más feliz.
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