(Columna publicada en "El Mercurio de Antofagasta",
el sábado 4 de Julio de 2015, antes de la final Chile-Argentina).
De cara a
la final de la Copa América se ha repetido majaderamente que los chilenos
“nunca hemos ganado nada”… Sinceramente, la frasecita me crispa. Me pone mal. Porque
no es una frasecita cualquiera ya que siempre que se dice, se dice con su qué.
Es ese qué, el que en realidad me
molesta, porque implica un juicio, o lo que es peor, una sentencia. Una
sentencia que de manera solapada –escondiéndose detrás de una expresión
aparentemente objetiva- sabotea los sueños, deteriora la ilusión y valida-
erróneamente, para mi gusto- la idea de que el pasado nos determina, ya que de manera
subliminal se entrega el mensaje de que si nunca hemos ganado nada… ¿Por qué
tendríamos que ganar algo ahora?
Tiendo a
pensar que lo hay detrás no es más que miedo: miedo a hacernos cargo de que sí
podemos salir campeones, miedo a ser los mejores, miedo a dejar de ser
víctimas, miedo a asumir la responsabilidad de lograr el objetivo.
El pasado no
es más que una construcción mental basada en experiencias, las que a su vez están
compuestas tanto por hechos, como por las percepciones que nosotros tenemos
acerca de esos hechos. Explicado de otra forma, la ecuación hecho (objetivo) +
percepción (subjetiva) = experiencia, demuestra que el pasado, entendido como
una sucesión de experiencias que tienen un componente de subjetividad, nunca es del todo imparcial y verdadero y por
lo tanto, malamente puede erigirse como un pivote concluyente para determinar
el presente o el futuro de una persona, de una organización, de
un país… o de un equipo de fútbol.
Entendí lo
anterior hace ya varios años, cuando recién egresada de la universidad tuve la
posibilidad de viajar al extranjero sola. Por primera vez en mi vida,
experimenté una sensación de absoluta libertad. Nadie me conocía en el lugar al
que iba, nadie sabía quién era yo, ni cómo era yo, ni como solía ser yo, por lo
mismo, a partir de ese momento descubrí que yo podía ser quien yo quería ser.
No tenía que actuar de acuerdo a las etiquetas y los roles con los que durante
años me identifiqué y comprendí entonces que casi todo lo que hacemos en la vida
está condicionado no por cómo somos, sino por cómo creemos que somos y por cómo
creemos que los demás creen que somos. Vivimos sujetos a tantas creencias, que
pensamos que ellas nos definen y terminamos actuando en consecuencia.
Bueno, no debería
ser así. El pasado no tiene el poder –a menos que yo se lo confiera- de evitar
que yo reinvente mi vida en un presente nuevo y en un destino mejor. Y finalmente, la lógica que se tendría que
aplicar es que si voy a actuar de acuerdo a mis creencias, al menos debería escoger
las creencias que me potencian y no las que me limitan.
De alguna forma, pienso
que este grupo de jóvenes y cuerpo técnico que conforman la actual Selección Nacional
de Fútbol, tienen la gran misión no sólo
de ganar la Copa América, sino de cambiar la creencia de millones de chilenos y
hacernos entender a todo un país que el pasado da lo mismo, que las etiquetas
autoimpuestas las puedo cambar cuando quiera, y que de ahora en adelante vamos
a empezar a ganarlo todo.
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