Hay un
viejo cuento que relata la historia de un joven que encontró a su amigo
arrodillado buscando desesperadamente algo en el jardín de su hogar. “¿Qué
buscas?”, le preguntó el joven a su amigo. “Busco la llave de la casa, se me
perdió y no la encuentro”. El joven se arrodilló sobre el pasto para ayudar a
su amigo, hasta que después de un rato quiso averiguar más: “¿Dónde perdiste la
llave?”. Muy concentrado en lo que estaba haciendo y sin levantar la vista del
suelo, el amigo le respondió, “En mi pieza…”. “Y entonces- volvió a inquirir sorprendido
el joven- ¿por qué la buscas acá afuera en el jardín?”. El amigo lo miró como
si no entendiera la pregunta. “Obvio – le dijo levantando los hombros- porque acá
está más luminoso”.
La
enseñanza de la historia tiene que ver con la lógica irracional con que a veces
procedemos para resolver ciertos asuntos de nuestra vida. Básicamente se debe a
que gran parte del tiempo buscamos en el lugar equivocado las soluciones, las respuestas
o las explicaciones de lo que nos sucede. Por ejemplo, si discutimos con
alguien, creemos que la solución del conflicto sólo se producirá si el otro modifica
su postura, porque claro, desde nuestra perspectiva el que está mal es él. En
este caso, intentamos que el otro –no nosotros- cambie. El inconveniente no sólo
no se soluciona, sino que lo más probable es que incluso empeore, porque la componenda
la estamos demandando desde una postura parcial y por lo tanto, incorrecta y
además, la hacemos llegar de una manera errada y… al personaje equivocado.
Otro
ejemplo: si un día no nos sentimos de buen ánimo, responsabilizamos de ello al
clima, a la pareja, al jefe, o al gobierno… nos convencemos que si no fuera por
ellos, nuestra vida sería mucho más hermosa y plena. En otras palabras, traspasamos
el cometido de nuestra felicidad a los
agentes equivocados.
Un tercer caso:
un amigo nos pide ayuda, nosotros se la damos con gusto. Con el correr del tiempo,
nuestro amigo asume que cuenta con nuestra ayuda sin siquiera preguntarnos. A
pesar de sentirnos pasados a llevar, nosotros igual le brindamos la ayuda, pero
nos quedamos con la amarga sensación de que se aprovechó de nuestra buena
voluntad. “Si no hubiera sido tan patudo”, pensamos responsabilizando en un
cien por ciento a nuestro amigo por el resentimiento con que nos dejó. ¿En serio? ¿Y nuestra capacidad para poner
límites? En este caso, también depositamos la responsabilidad del hecho en la persona
equivocada.
Y así se
nos pasa la vida: buscando llaves en los lugares equivocados… la llave de la
felicidad, la llave de la armonía, la llave de la paz, entre otras muchas
llaves que perseguimos donde nunca las vamos a encontrar. Si convenimos que nuestro
mundo exterior es resultado de nuestro mundo interior, entonces dejemos de
buscar en el lugar equivocado… dejemos de buscar afuera lo que sólo vamos a
encontrar adentro.
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