lunes, 9 de noviembre de 2015

No sé

No sé. Estoy llena de no sé. No sé si lo hago bien. No sé si lo hago mal. No sé si vale la pena. No sé si es suficiente. No sé si es lo correcto. No sé si aporta algo. No sé si está bien. No sé si importa. Me abundan las preguntas cuya respuesta es no sé. Y de tanto no saber, me doy cuenta que algo sé. Y lo que sé es esto: está bien no saber. No pasa nada si uno no sabe algo.

Hace años, cuando empecé a ejercer mi labor periodística me aterraba la idea de no saber. Tenía esa imagen estereotipada de que los periodistas saben mucho. Me intimidaba pensar que de pronto alguien se pudiera dar cuenta de lo ignorante que era en tantas materias, sobre todo, siendo yo “periodista”. Entonces estudiaba y leía todo cuanto tenía a mi alcance y cada vez que enfrentaba una entrevista o que salía a reportear me obsesionaba con el tema que iba a tratar. Lo que aumentaba aún más mi angustia porque mientras más conocimientos adquiría, más me daba cuenta que había mil cosas más que no sabía. Nunca me sentía lo suficientemente preparada. Mi atención siempre estaba puesta en lo que me faltaba, en la brecha que existía entre los paupérrimos conocimientos que yo poseía y la sapiencia de toda la humanidad por los siglos de los siglos, amén. Era bien patético. Y estúpido. Porque esa brecha no la iba lograr cerrar jamás, aunque me pasara esta vida y mil vidas más enclaustrada en la Biblioteca de Alejandría.

Entonces llegó un día una amiga, también periodista, y con la misma liviandad del pescador que se sienta a pescar y que sabe que va a pescar y que mientras está sentado esperando pescar, disfruta del paisaje, del viento y del sandwich que trajo para pasar el rato, mi amiga me dijo, “mira, es así: yo estudié periodismo porque es una carrera en la que no hay que saber nada”.  La miré espantada, porque su declaración atentaba contra todos los cimientos sobre los cuales yo había construido mi ejercicio laboral. “Claro –dijo como si fuera una perogrullada-  el periodismo consiste básicamente en hacer preguntas, en otras palabras, se trata de no saber”.

La frase me cayó pésimo y la encontré de una lógica insultante y simplona. Pero a medida que he ido entendiendo que “sólo sé que nada sé”, no puedo más que reconocer que la aparente frivolidad del enunciado de mi amiga encerraba una verdad del porte de las Torres Petronas. El pecado no está en no saber, sino en no asumir que uno no sabe. En la medida en que uno acepta que no sabe se libera y es desde ese lugar de libertad que uno puede aprender, conocer y preguntar con genuino interés y curiosidad. Y eso vale más que haberse estudiado los 52 tomos de la Enciclopedia Británica o que leerse diariamente el New York Times.


Hoy me declaro ignorante en muchos temas, sin ponerme roja de vergüenza. Igualmente me documento antes de sentarme a escribir, pero no me agobia el no saberlo todo. No saber es una bendición. Es el espacio que necesito para hacerme preguntas, para conjeturar, para iniciar mi propio camino en busca de explicaciones y para, finalmente, empezar - y sólo empezar- a entender. 

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