“Los
momentos difíciles son precisamente eso -le dije a mi sobrina veinteañera mientras
se secaba las lágrimas- sólo momentos. Y la definición de momento, agregué, es 'un lapso de
tiempo'. No significa que te vayas a quedar eternamente sumergida esta
dificultad, sólo significa que en este instante estás en medio de la tormenta”.
Mi sobrina
me miró como te miran las sobrinas cuando –literalmente en este caso- creen que
le estás contando el cuento del tío, bueno… de la tía. “Lo único que quiero
entonces, es que la tormenta termine”, me dijo enfurruñada en su desgracia. Lo
que mi sobrina no podía ver en ese momento es que las tormentas infinitas no
existen. Las tormentas siempre se acaban en algún punto. Los vientos se calman,
la lluvia se agota y las nubes se secan. Lo que sucede es que mientras uno está
en medio del chaparrón cree que el aguacero va a durar para siempre.
Con el
transcurso del tiempo y con buena voluntad, uno entiende que los momentos
difíciles pasan. Y entiende también que resultan menos melodramáticos si no se
les opone tanta resistencia y se los acepta como parte de un ciclo. “El sufrimiento
crece en la medida que quieres controlarlo y ponerle atajos”, le dije a mi sobrina.
“¿Qué quieres decir?”, me preguntó ella con cierto disgusto. “Que debes
soltarlo. Mira, le dije escudriñando al fondo de sus pupilas, está perfecto que
ahora sufras, que tengas rabia y que sientas cómo se te retuercen las entrañas
con sólo pensar en tu problema. Así es como tiene que ser en este momento”. “¿Onda
masoquista?”, me dijo burlona. “No – le respondí muy seria- onda 'es lo que hay', sin caretas,
sin atajos, sin disimulos y sin tapujos”.
“Pero es
verano”, contra argumentó mi sobrina con una leve pero forzada sonrisa. “¿Y?”,
respondí levantando los hombros. “Que el verano es para pasarlo bien… no para
andar con una nube llena de truenos y relámpagos sobre la cabeza”, comentó
mirando de reojo su celular. “Hay una parte tuya, le dije, que tratará de
buscar todos los argumentos, razones, resquicios y justificativos posibles para esconder y
negar el sufrimiento. Pero es bueno que te enteres de que a esa parte tuya no
le interesa resolver el problema. Sólo quiere dejar de sufrir. Lo más sano no
es evitar el sufrimiento, sino sufrirlo, porque a veces ocurre que por evitar
el sufrimiento, los dolores se enmascaran, se tapan y se esconden debajo de la
alfombra… hasta que al tiempo vuelven a salir, más grandes, más intensos y convertidos
en otro tipo de engendros. La forma más sana para que la pena se acabe, es que
se agote sola”, le dije finalmente.
“Tía… me
tengo que ir… gracias por su ayuda”, me dijo abruptamente mi sobrina poniéndose
de pie y luego de darme un beso en la mejilla, se fue. Me quedé sola, sentada
en el living, mirando por la ventana hacia el jardín. “Odió todo lo que le
dije, pensé, entonces significa que dije lo correcto y que en algún momento le
va a servir”, concluí. Y me quedé admirando lo hermosa que se ha puesto la
buganvilia que tengo en la terraza.