“The good
wife” se llama la serie de Netflix por la que últimamente me he obsesionado. Seis
temporadas con más de 22 capítulos cada una, tengo entretención para rato. Se
trata de una mujer, que después de 15 años siendo esposa, madre y abnegada
dueña de casa tiene que retomar su carrera de abogada en un prestigioso bufete
en Chicago, debido a que su marido termina en la cárcel y descubre que además
le había sido infiel.
La serie
tiene un hilo conductor subyacente, pero cada capítulo muestra un caso legal
unitario. Mucha escena en tribunales, con abogados litigando y para una, que no
se maneja en esas lides, resulta muy entretenido y –por qué no decirlo-
didáctico, aprender sobre la lógica y las tácticas que utilizan los profesionales de las leyes para construir,
validar, sostener e imponer sus argumentos. Se entiende que como es un producto
hollywoodense, todo está un poquito caricaturizado, pero en fin, de todas
formas uno puede hacerse una idea de cómo funciona la cosa.
Al punto
que quiero llegar, es que más a menudo de lo que uno pudiera pensar, hay veces
en que en medio de un juicio, de un caso o de un litigio, los abogados llegan a
callejones sin salida, donde los argumentos no dan el ancho. Y una, como
televidente fanática absolutamente absorta en la trama, además de ya no tener
uñas, dice “¡Diantres! ¡¿Cómo van a salir de esta?!”. Es entonces cuando el
guionista faculta a los protagonistas de la serie para que (al igual que en
“Quién quiere ser millonario”, se usaba el llamado telefónico) utilicen un
recurso que resulta casi mágico: “Su Señoría, solicitamos un receso…”
Habitualmente,
Su Señoría concede el receso y los abogados que se habían quedado sin
argumentos tienen un tiempo para repensar su estrategia, o conseguir nuevos
antecedentes, o simplemente reorganizar las ideas. Y ¿saben qué? el otro día después de ver el episodio 12 de
la cuarta temporada, me cayó la teja… “¡Eso es precisamente lo que cada uno de
nosotros debería hacer cuando en la vida llega a esos callejones que parecen no
tener salida!”. En vez de darnos cabezazos inútiles contra los muros, o
sentarnos a llorar como descosidos en una esquina, o sentir que ha llegado el
final de nuestros días, debiéramos – simplemente y con toda la dignidad del
mundo- pedir un receso.
El receso
significa salir del tribunal, abandonar el campo de batalla y/o detener la
discusión. Significa también dejar de mirar el problema como lo estábamos
mirando, reevaluar nuestra estrategia y reconsiderar nuestra línea
argumentativa. A veces implica también pedir ayuda, solicitar la opinión de
terceros o realizar nuevas diligencias. En fin, creo que al igual que en la
serie de televisión, Invariablemente después de un receso uno vuelve renovado.
Cuando uno siente que la vida lo ahoga, un receso, puede muchas veces ser ese
bolsón de aire que permite oxigenar la cabeza, poner las cosas en perspectiva y
ordenar las ideas para superar el problema…. hasta el próximo capítulo.
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