A veces
ocurre que durante mucho rato todo sigue igual. La misma rutina, las mismas
obligaciones, el mismo café cortado en la mañana, el mismo noticiero, la misma
ruta para llegar al trabajo y… los mismos pensamientos. A pesar de que no nos
damos cuenta, resulta sorprendente enterarse de que aproximadamente el 95% de los
pensamientos que tenemos en un día son iguales a los pensamientos que tuvimos
el día anterior. Como que estamos habituados a pensar lo que pensamos… y lo
repetimos automáticamente, sin percatarnos, quizá desde cuándo. Porque si hoy
pensamos lo mismo que ayer y ayer lo mismo que antes de ayer, y así
sucesivamente hacia atrás, pareciera que queda bien poco espacio para innovar, para
cambiar de opinión y para evolucionar.
Y el color de
hormiga se intensifica cuando, además de todo lo anterior, nos damos cuenta que
la mayoría de esos pensamientos ni siquiera son de nuestra autoría, ya que un
gran número de ellos se originó hace muchos años cuando uno era altamente
influenciable por adultos como los padres, profesores, abuelos, etc. De algún
modo, hemos sido programados para pensar de la forma como pensamos y más encima
nos parecemos a esos cines antiguos que daban funciones rotativas y repetían incansablemente
una y otra vez la misma película.
Por una
parte, resulta tentador creer que de cierta manera estamos subyugados por
nuestros pensamientos. Sin embargo, tal idea se desvanece en el aire, como las
semillas voladoras de un diente de león, al entender que si somos capaces de racionalizar todo lo
anterior, ya no podemos eludir nuestra responsabilidad y la única opción que
nos queda es hacernos cargo de nuestros hábitos de pensamiento.
Pues bien, un estudio de la University
College de Londres, señala que se necesitan
en promedio 66 días para crear
un hábito y para que éste pueda mantenerse en el tiempo.
Jane Wardle, coautora del estudio que además se publicó en la revista European
Journal of Social Psychology, explica que si durante ese tiempo "repites
algo cada día en la misma situación, se convierte en una reacción automática
ante dicha situación”. Lo que coincide con esa frase que me gusta tanto: “la
excelencia no es un acto, es un hábito”.
En el libro “El poder del hábito”, su
autor, Charles Duhigg, es enfático al señalar que los hábitos no nacen, sino
que se crean. Y agrega que más que eliminar un hábito, conviene mejor cambiarlo
por otro hábito más fuerte. Por ejemplo, si estamos acostumbrados a comer una
galleta a las 5 de la tarde, el objetivo no debe ser eliminar la galleta, sino
cambiarla por una taza de té, por una fruta o por una caminata. Buen dato si uno está
pensando en cómo deshacerse de costumbres que a la larga y acumuladas en el
tiempo nos perjudican.
Porque como dicen por ahí, “para
tener lo que nunca has tenido, tienes que hacer lo que nunca has hecho”. Y yo
le agregaría que para hacer lo que nunca has hecho, tienes que pensar lo que
nunca has pensado. Sesenta y seis días… mañana empiezo.
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