Ilustración: Paulina Gaete
“¿Existen los fantasmas, mamá?” Me preguntó el otro día mi hija de 4 años. “Claro que no, Elenita”. Le respondí muy segura. “¿Y por qué entonces escucho ruidos en las noches?”, volvió a inquirir intrigada. “Bueno –le dije- porque en las noches a veces hay ruidos”. Lo sé, es una respuesta muy tonta, pero es lo que me brotó en ese momento. Mi pequeña hija que salió harto más avispada que la madre, me contra argumentó inmediatamente: “No, mamá. No me refiero a los peítos… Me refiero a otros ruidos”. “¿Qué ruidos?” indagué curiosa. “Ruidos así como de fantasmas. Así, mira: Buuuuuuuhhh Buuuuuuuhhh”, me respondió con mímica y todo. “Elena –le dije tomándola de los hombros y acuclillándome a su altura- los fantasmas no existen, pero si existieran, de seguro que no harían esos ruidos”. Lejos de darse por satisfecha con mi explicación y luego de pensarlo un segundo, mi hija siguió con su metralleta de cuestionamientos: “¿Y se tiran peítos los fantasmas, mamá?”. “Nenita, los fantasmas no se tiran peítos porque los fantasmas no existen.” Incansable, mi pequeña hija volvió a preguntar abriéndome sus enormes ojos: “Pero si existieran y si les doliera la guatita… se tirarían peítos ¿Verdad mamá?”. “Sí… creo que sí”, respondí ya medio agotada. “¡Ahhh! –agregó con cara de yo-tenía-razón- ¡Entonces viste que existen los fantasmas, mamá!” Y antes que yo pudiera responderle nada, se dio media vuelta y escuché cómo le decía a su hermana… “¡Leticia! ¡Leticia! la mamá me dijo que los fantasmas se tiran peítos…”
Dios Santo. Los niños de hoy no te perdonan una. Hay que
estar más atenta que Claudio Bravo en definición a penales. Francamente. En
todo caso, “esos locos bajitos” –como cantó alguna vez Serrat- tienen esa
cualidad, te llevan al límite, te acorralan, te estrujan, te la hacen difícil.
Y lo que es más patético aún, te dejan pensando. Es lo que me ocurrió en este
caso, que luego del complejo interrogatorio al que fui sometida por mi
minúscula retoña, me quedé pensando en los fantasmas.
Y sí. Llegué a la conclusión que definitivamente ni
siquiera yo estaba convencida de que no
existían. Y me acordé de una frase que escribí en un posteo anterior… “Hay
fantasmas en los que uno cree aunque sabe que no existen…” Eso es precisamente
lo que nos pasa a los adultos, a pesar de que sabemos que los fantasmas no
existen, igual creemos en ellos… Y me
refiero a esos fantasmas que te torturan de la peor forma posible: como voces
que están dentro tuyo; voces que estás tan acostumbrado a escuchar, que ya ni
siquiera te das cuenta de su incesante murmullo. Voces que te limitan, que te
disminuyen, que te atemorizan, y que finalmente te hacen ser menos de lo que
eres.
A esos fantasmas me refiero. Llevan apodos incómodos como
Inseguridad, Culpa, Remordimiento,
Vergüenza, Desvalorización, Inferioridad y varios otros. Y en nombre de ellos hacemos tanta tontera,
por Dios. Nos equivocamos, pedimos perdón, volvemos a errar el tiro, nos
sentimos mal, nos enredamos, en fin. Estos fantasmas nos llenan el camino de obstáculos,
nos ponen piedras, nos apagan el GPS y nos hacen zancadillas. Y nosotros que
nos creemos tan adultos, tan maduros, tan ubicaditos… caemos una y otra vez en el juego malévolo de
estos odiosos fantasmas.
Fantasmas que, como dije más arriba, no existen. Eso es lo
más chistoso. O sea… sólo existen porque creemos en ellos… Nuestra fe en ellos es la que los alimenta, la
que los hace crecer y la que los hace tener la importancia que tienen. Lo que
pasa es que la mayoría de las veces, ni nos damos cuenta que les damos tanta
bola. Porque estos fantasmas son tan hábiles que nos hacen pensar que ellos son
nosotros. Cuántas veces hemos declarado: “Es que YO SOY tan insegura”; “SOY
culposa”; “SOY súper vergonzosa”; “YO NO SOY tan buena”; “NO SOY tan valiosa”.
Ése es su mejor truco. El más maquiavélico, el más retorcido y lejos, el más
efectivo. Porque lo logran. Nos tienen a su merced y finalmente hacemos todo
según sus códigos y terminamos siendo lo que ellos quieran que seamos…
Bueno… ha llegado la hora de rebelarse… De hacerse la
valiente y de dejar de escuchar a estos espectros de pacotilla. Ya está bueno,
ya. Como dice mi amigo Arjona… ¡Me están jodiendo la vida! De ahora en adelante,
deja de creer en tus fantasmas… ¡los fantasmas no existen!... Y si existieran (como dijo mi pequeña Elena),
invéntales nombres más estimulantes como: Valentía,
Seguridad, Simpatía, Pasión, Alegría, Amor… y entonces has que te digan cosas
lindas al oído… “Eres la mejor”, “Tú puedes”, “Eres tan simpática”, “Me encanta
la pasión con que haces las cosas”, “Tu alegría de vivir es contagiosa”… ¿No
creen que así sería todo mucho más inspirador?