Ilustración: Paulina Gaete.
Ayer les dieron el premio Nobel de Física a Peter Higgs y François
Englert por sus trabajos teóricos de los años 60 sobre el "Bosón de
Higgs" conocido más popularmente como "la Partícula de Dios". En verdad lo único que sé y que entiendo del bosón de Higgs, es
que se trata de una partícula elemental que explica el origen de la masa y que su
descubrimiento en el año 2012, confirmó la teoría dada a conocer por el físico
inglés Higgs y paralelamente por el belga Englert.
Según el modelo estándar de la física cuántica, todo lo
visible en el universo está compuesto por partículas elementales. Pero las
partículas no son objetos materiales, son más bien fluctuaciones de energía e
información. Y para que vayamos entendiendo de qué estamos hablando, les cuento
que lo visible constituye sólo un 4% del Universo. Los bosones de Higgs
podrían revelar de qué está compuesto el 96% restante del Universo, que aún
permanece oscuro.
Sea como sea la cosa… ¿no les parece asombroso lo que acabo
de contarles? Lo que nosotros vemos, en realidad es una ilusión. Parece sólido,
pero no lo es. Deepak Chopra lo explica
muy bien: “si usted pudiese ver su cuerpo como es en realidad, vería un gran
vacío en el que se encuentran puntos y manchas esparcidos y descargas
eléctricas al azar. En realidad, el 99,999996% del cuerpo humano es espacio
vacío. Y si pudiese entender de verdad el 0,000004% del cuerpo que parece
materia sólida, comprendería que también es todo espacio vacío. Pero al mismo
tiempo es inteligencia, esa calidad inmaterial de información que regula, construye,
gobierna y se convierte en el cuerpo.”
La triquiñuela de este juego puede resumirse en una sola
frase: “No podemos confiar del todo en nuestros sentidos”. A veces la realidad parece ser de una forma, pero
no siempre es como parece. Bueno, esto último no lo saqué de ningún libro de física...
me lo enseñó mi abuelita que rebozaba de sentido común y harta razón que tenía
la viejita, porque al final en la física moderna llegaron a la misma
conclusión. Es precisamente lo que sucedió con la primera gran revolución científica cuyo telón de fondo era el Renacimiento. Los sentidos hacían pensar que el Sol giraba en torno a la tierra… Era cosa de pararse en durante un día despejado en cualquier punto de la superficie terrestre y ver cómo lo que se movía era el Sol y no el planeta donde uno estaba ubicado. Pero, la verdad sea dicha, andábamos bien perdidos. La observación que nos proporcionaban nuestros sentidos no era más que una ilusión. Lo mismo pasó con la idea de que la tierra era plana… Farso, farso… Menos mal que Colón algo pispaba y se mandó cambiar no más para ver con sus propios ojitos lo que había más allá del horizonte. El resto de la historia todos la conocemos.
Hoy en día, la ciencia nos está mostrando otra revolución,
que tiene que ver con el desarrollo de la física cuántica y con descubrimientos
tan asombrosos como los que escribí más arriba: de sólido y material este
universo tiene bien poco. Casi nada, en verdad.
Y para hacerlo aún más difícil de digerir, nosotros no somos como
actores de una obra de teatro, que existimos separadamente del escenario donde
se desarrolla la acción… No, no, no… En esta puesta en escena del
espacio-tiempo, nosotros como observadores no podemos separarnos de lo
observado… la observación del observador es parte de lo observado. El
observador no puede desentenderse de lo observado. Dicho en palabras de a
centavo: el que mira, crea lo que está mirando. Crea su realidad.
Es bizarro. Sí. Y me imagino que suena tan raro como cuando durante
la primera mitad del siglo XVI se publicó la delirante teoría de un tal Nicolás
Copérnico, que decía que la tierra giraba en torno al sol… Y ahora nos parece tan de Perogrullo. Lo que
son las cosas ¿No?
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