martes, 24 de diciembre de 2013

Cuatro palabras


(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 21 de diciembre de 2013)

“Santa no existe”, le dijo pícaramente mi hijo de 11 años a mi hija de cuatro (No sé por qué hoy algunos niños le dicen Santa al mismo caballero al que yo conocí como Viejo Pascuero). Alarmada y al borde del llanto la pequeña corrió a contarme, “¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mi hermano dice que Santa no existe! ¡Y eso es mentira! Porque Santa sí existe… ¿Cierto Mamá?”.  Tragué en seco. Los enormes ojos de mi hija me miraban expectantes al tiempo que su hermano se acercaba con cierta intriga para escuchar la respuesta que esta pobre madre le iba dar a su pequeña y angustiada niña.

“Hija – dije finalmente acuclillándome a su altura- ¿Tú crees en Santa?”. “Sí.” Respondió ella firme y segura. “Entonces no tengas dudas, mi cielo, Santa sí existe”.  Y luego de sonreír aliviada, se lo enrostró a su hermano: “¿Viste? ¡Te-lo-dije!”  Y se fue a jugar. Pero mi hijo se quedó ahí parado. Mirándome. Confundido. “Mamá… ¿Por qué le dijiste a mi hermana que Santa sí existe si tú sabes que eso es mentira?” Respiré profundo:

- ¿Tú crees en Santa, hijo?- le pregunté a mi preadolescente.

- Obvio que no.-

- Entonces, para ti… Santa no existe.-

- ¿Y por qué le dijiste otra cosa a mi hermana? – alegó mi hijo.

- Porque ella sí cree... Mira -le expliqué- las personas construimos nuestra realidad en base a nuestras creencias. Si yo creo firmemente en algo, eso se convierte en realidad para mí. Uno es lo que cree. Lo que sucede con Santa, es lo mismo que te sucede a ti con la asignatura de Lenguaje. Si tú crees que no eres bueno para Lenguaje, ésa es precisamente la realidad que vas a construir para ti: Lenguaje se te hará difícil, será tedioso, no tendrás buenos resultados y esos mismos resultados reafirmarán tu creencia. En cambio, como tú tienes la creencia de que eres muy hábil para Matemáticas… ¡Adivina qué!  La materia se te hace fácil y te sacas excelentes notas. Todos actuamos en función de lo que creemos.-

- Pero  -murmuró mi hijo-  Yo creía en Santa… y ahora ya no creo en él.-

- Eso te demuestra que las creencias cambian. Y está bien que cambien. Es más, pienso que las personas deberíamos cambiar todas las creencias que en cierta forma nos limitan para empezar a creer en todo lo que nos potencia. Como dijo Henry Ford: “Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, en ambos casos, tienes razón”. Por eso, querido hijo… cuando recuerdes esta conversación,  acuérdate fundamentalmente de cuatro palabras: “sólo basta con creer”. -

 

jueves, 19 de diciembre de 2013

La pared equivocada

(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 14 de diciembre de 2013)

El camino más corto para cumplir los propios sueños es no traicionarse. Ser fiel a uno mismo. Pero ¿qué es ser fiel a uno mismo? La mejor forma que tengo para explicarlo es recurriendo a lo que he bautizado como los “momentos de lucidez”. Se trata de fugaces instantes en los que de pronto todo se nos muestra claro y evidente. Breves intervalos de tiempo en los que las dudas desaparecen, todo se ordena y se jerarquiza de una forma tan perfecta que la sensación interna es de absoluta claridad.
Todos hemos experimentado alguna vez esos “momentos de lucidez”, que emergen con mucha fuerza cuando, por ejemplo, perdemos a un ser querido. O cuando la vida nos pone una prueba dura y difícil. Por algunos brevísimos instantes cuando aún el impacto no nos abandona, el naipe se ordena. Lo verdaderamente importante se posiciona como lo verdaderamente importante, y ciertas preocupaciones que antes nos parecían tan vitales se deshacen como burbujas en el aire.

Sin embargo lo que he observado, es que más temprano que tarde esos “momentos de lucidez” pasan, se van y se olvidan y todo vuelve a ser como antes. Como señaló Stephen Covey en su aclamado best seller  “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”:  “resulta increíblemente fácil caer en la trampa de la actividad, en el ajetreo de la vida, trabajar cada vez más para trepar por la escalera del éxito, y descubrir finalmente que está apoyada en la pared equivocada.” Bueno, según mi interpretación, la pared equivocada simboliza la traición a uno mismo, a nuestra propia esencia, a nuestros propios deseos. La pared equivocada no son más que los sueños y las expectativas de otros.

Una enfermera australiana llamada Bronnie Ware, trabajó durante muchos años asistiendo a enfermos desahuciados a quienes los doctores habían enviado a morir a la casa. En muchos sentidos ella fue una mujer privilegiada porque pudo compartir los enriquecedores “momentos de lucidez” de los pacientes que cuidó. A partir de su experiencia, escribió “Los 5 principales remordimientos de los moribundos”.  Y ella misma relata que el lamento más común de todos, el arrepentimiento número uno era el siguiente: “Ojalá hubiera tenido el coraje de vivir una vida fiel a mí mismo, no la vida que otros esperaban de mí”.

Honrar nuestros sueños es quizá el acto más valiente que podemos hacer por nosotros mismos. Tratemos de atesorar los “momentos de lucidez” y sobre todo, evitemos apoyar nuestra escalera en la pared equivocada.

PSU: más allá del puntaje

(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 7 de diciembre de 2013).
 
Pensando en todos aquellos jóvenes que esta semana tuvieron que rendir la PSU, es que me puse a pensar también en todas esas otras pruebas que hay que rendir en la vida. Está bien, la PSU es una prueba especial, porque es algo que les sucede a muchos al mismo tiempo y en una etapa crucial de la vida: cuando terminan el colegio. Es una instancia para la cual se preparan por años y  es un hito porque marca el fin de un ciclo y representa a su vez la puerta de entrada a una nueva dimensión.
Pero la vida está llena de pruebas. Y todas ella son un poco como la PSU. Quizá no sean tan rimbombantes, ni merezcan titulares en los medios de prensa, ni requieran el uso de lápiz grafito N°2. Pero sí todas las pruebas –grandes y pequeñas- representan un antes y un después, un umbral  que luego de cruzarlo, nos transforma. Nunca volvemos a ser los mismos que fuimos antes de pasar por él. Algo en nosotros muere. Algo en nosotros nace. Algo en nosotros cambia.
Las pruebas, y sobre todo las pruebas más duras y difíciles que nos pone la vida, nos van moldeando y nos templan el carácter. Algunas nos llenan de canas y otras nos hacen salir patas de gallo. Pero todas las pruebas nos hacen más fuertes, más sabios, más experimentados. Aunque a veces parezca que no. Aunque a veces dé la impresión que nos debilitan. Porque independientemente del resultado y de si nuestra evaluación posterior es positiva o negativa, todas las pruebas nos hacen crecer.
En la vida las pruebas nunca se definen por si quienes las rindieron fueron aprobados o reprobados. Sólo hay que rendirlas, pasar por ellas. Eso basta. No hay puntajes nacionales, no hay ponderaciones de notas. Son, simplemente, la oportunidad que hay para replantearse muchas cosas, quizá para volver a empezar o para darse cuenta de lo que se pudo hacer mejor.
Sabemos que no todos los alumnos que rindieron la PSU van a tener un buen puntaje.  Algunos saltarán de alegría, otros llorarán de pena, otros van a sentirse frustrados y estarán también aquellos que se arrepentirán por no haberse preparado lo suficiente. A todos esos jóvenes que en pocas semanas más sabrán los resultados, los invito a reflexionar: el puntaje de la PSU es sólo la parte más tangible, más literal y más concreta de la prueba. Sin embargo lo más valioso de esta experiencia radica precisamente en lo que cada uno pueda convertir ése resultado…  sea bueno, mediocre, malo o francamente desastroso.  

viernes, 6 de diciembre de 2013

Uno siempre sabe


Ilustración: Paulina Gaete
 
“Mamá, tú puedes… tú siempre puedes”. ¿Se acuerdan de ese comercial de televisión donde un niño que había ensuciado su polera le decía esa frase a su madre, dándole a entender que ella era capaz de todo, incluso de limpiar esa mancha tan difícil? Se me vino a la mente la misma frase, pero con otras palabras: “Tú sabes… tú siempre sabes”.
Y es una de las frases más tranquilizadoras que he podido encontrar. Porque cuando tengo un problema,  cuando la duda me agobia, cuando la inseguridad me hace tambalear, cuando la inquietud no me deja pegar una sola pestaña, me acuerdo que lo único que tengo hacer es cerrar los ojos para dejar de enredarme con todo lo externo y para dejar de escuchar todo lo que me dicen los demás. Todos consejos bien intencionados, pero que finalmente siempre son resultado de otra perspectiva. No la mía. Nadie está en mis zapatos, excepto yo.

Y lo que he pensado con respecto a esto, es que las palabras de otros, que habitualmente son de quienes más nos quieren, siempre son valiosas… pero son valiosas no porque constituyan la respuesta a mis devaneos, sino porque son algo así como destellos que pueden –de forma muy acotada (porque los destellos son breves, intensos y a veces enceguecedores)- alumbrar mi búsqueda de certezas.
Hablando con otros me escucho a mí misma. O quizá, dicho de otra forma, ellos me reflejan. Y me sirve, porque me aclaro y me ordeno. Lo que demuestra que no es tanto lo que los otros me dicen, sino lo que yo interpreto y entiendo de lo que me dicen. Las respuestas están siempre dentro de uno. Lo que pasa es que a veces no queremos escuchar esas respuestas. Porque no nos gustan, porque nos incomodan, porque nos duelen o simplemente, porque no confiamos en nosotros.

¿Por qué ese afán de buscar afuera lo que podemos hallar dentro? En el fondo uno siempre sabe. Hay que ejercitar más la introspección. Hay que practicar más la confianza en uno mismo. Sí, date tiempo y espacio para escuchar todo el alboroto que hay afuera: las palabras, los consejos, las historias parecidas, pero al final del día, cuando llegues a tu propia casa, cierra bien la puerta, no abras ninguna ventana, enciende la luz de tu pieza, mírate en el espejo y cuando puedas ver claramente al fondo de tus pupilas… ahí sabrás… lo que siempre has sabido.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Los mensajes del pato yeco


Ilustración: Paulina Gaete
 
(Columna publicada en "El Mercurio de Antofagasta"el pasado sábado 30 de noviembre de 2013.)
No sólo existen las palomas mensajeras. El pato yeco también trae sus propios recados. Suena raro, pero a pesar de que estas aves de plumaje azabache y brillante están posicionadas como el enemigo público número uno de los árboles y del alumbrado público de nuestra querida Antofagasta, puedo decir –a riesgo de parecer un poco extravagante- que también nos han hecho un tremendo favor.
El simbolismo del pato yeco es potente: aves que han venido de lejos, que han encontrado aquí su hogar, que se han instalado, que han armado sus nidos, que se han reproducido. Somos varios quienes como el pato yeco hemos llegado así a Antofagasta. Quizá la mayoría de nosotros. Y los que no, seguramente tienen padres, abuelos o bisabuelos que llegaron a esta ciudad buscando una vida mejor. Y esta metáfora alude también a nuestro lado más oscuro, ése que tiene que ver con la queja excesiva y el rezongo interminable que, en sentido figurado, claro, puede a veces convertirse en una plaga destructiva que llena todo de excrementos y fecas.

Si como dije al comienzo, consideramos al pato yeco como un enemigo que ensucia con sus desechos, recordemos entonces al sabio que señaló que nuestros enemigos son nuestros mejores maestros. Entonces, no resulta  tan difícil entender que el pato yeco nos está ayudando a ser más conscientes de que debemos estar agradecidos de la ciudad que nos acoge; que a esta perla nortina hay que cuidarla porque merece lucir limpia y verse hermosa; que nuestros espacios comunes son valiosos; que todas y cada una de las áreas verdes de esta urbe son importantes porque están enclavadas en el desierto más árido del mundo… y ése sólo hecho las convierte en una epopeya.
Escuchemos al pato yeco, quien nos está susurrando al oído que, por sobre todo, Antofagasta es el hogar al que por diversas razones hemos llegado y que todos somos responsables de querer y respetar. El pato yeco nos recuerda que todos deberíamos retribuirle al lugar que habitamos, que nos da trabajo, que nos permite crecer. Pero al mismo tiempo, estas aves están también insinuando que ojalá ningún habitante de esta ciudad se transforme en un pato yeco más… que deshonra, que contamina  y que deteriora el entorno.

Las ciudades son el reflejo de quienes las habitan y en ese sentido, ojalá todos nos sintamos contentos de estar aquí y nos comprometamos a hacer de ésta la mejor ciudad de Chile y del mundo donde vivir. Parafraseando a Illapu… ¿Qué hacen aquí esos patos yeco?  Están aquí para invitarnos a abrir los ojos… y para hacer brotar el orgullo de sentirnos antofagastinos.