Ilustración: Paulina Gaete
(Columna
publicada en "El Mercurio de Antofagasta"el pasado
sábado 30 de noviembre de 2013.)
No sólo existen las palomas mensajeras. El pato yeco también
trae sus propios recados. Suena raro, pero a pesar de que estas aves de plumaje
azabache y brillante están posicionadas como el enemigo público número uno de
los árboles y del alumbrado público de nuestra querida Antofagasta, puedo decir
–a riesgo de parecer un poco extravagante- que también nos han hecho un
tremendo favor.
El simbolismo del pato yeco es potente: aves que han venido
de lejos, que han encontrado aquí su hogar, que se han instalado, que han
armado sus nidos, que se han reproducido. Somos varios quienes como el pato
yeco hemos llegado así a Antofagasta. Quizá la mayoría de nosotros. Y los que
no, seguramente tienen padres, abuelos o bisabuelos que llegaron a esta ciudad
buscando una vida mejor. Y esta metáfora alude también a nuestro lado más
oscuro, ése que tiene que ver con la queja excesiva y el rezongo interminable
que, en sentido figurado, claro, puede a veces convertirse en una plaga
destructiva que llena todo de excrementos y fecas.
Si como dije al comienzo, consideramos al pato yeco como un
enemigo que ensucia con sus desechos, recordemos entonces al sabio que señaló
que nuestros enemigos son nuestros mejores maestros. Entonces, no resulta tan difícil entender que el pato yeco nos
está ayudando a ser más conscientes de que debemos estar agradecidos de la ciudad
que nos acoge; que a esta perla nortina hay que cuidarla porque merece lucir limpia
y verse hermosa; que nuestros espacios comunes son valiosos; que todas y cada
una de las áreas verdes de esta urbe son importantes porque están enclavadas en
el desierto más árido del mundo… y ése sólo hecho las convierte en una epopeya.
Escuchemos al pato yeco, quien nos está susurrando al oído
que, por sobre todo, Antofagasta es el hogar al que por diversas razones hemos
llegado y que todos somos responsables de querer y respetar. El pato yeco nos
recuerda que todos deberíamos retribuirle al lugar que habitamos, que nos da
trabajo, que nos permite crecer. Pero al mismo tiempo, estas aves están también
insinuando que ojalá ningún habitante de esta ciudad se transforme en un pato
yeco más… que deshonra, que contamina y
que deteriora el entorno.
Las ciudades son el reflejo de quienes las habitan y en ese
sentido, ojalá todos nos sintamos contentos de estar aquí y nos comprometamos a
hacer de ésta la mejor ciudad de Chile y del mundo donde vivir. Parafraseando a
Illapu… ¿Qué hacen aquí esos patos yeco? Están aquí para invitarnos a abrir los ojos… y
para hacer brotar el orgullo de sentirnos antofagastinos.
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