Ilustración: Paulina Gaete
“Mamá, tú
puedes… tú siempre puedes”. ¿Se acuerdan de ese comercial de televisión donde
un niño que había ensuciado su polera le decía esa frase a su madre, dándole a
entender que ella era capaz de todo, incluso de limpiar esa mancha tan difícil?
Se me vino a la mente la misma frase, pero con otras palabras: “Tú sabes… tú
siempre sabes”.
Y es una de
las frases más tranquilizadoras que he podido encontrar. Porque cuando tengo un
problema, cuando la duda me agobia,
cuando la inseguridad me hace tambalear, cuando la inquietud no me deja pegar
una sola pestaña, me acuerdo que lo
único que tengo hacer es cerrar los ojos para dejar de enredarme con todo lo
externo y para dejar de escuchar todo lo que me dicen los demás. Todos consejos
bien intencionados, pero que finalmente siempre son resultado de otra
perspectiva. No la mía. Nadie está en mis zapatos, excepto yo.
Y lo que he
pensado con respecto a esto, es que las palabras de otros, que habitualmente
son de quienes más nos quieren, siempre son valiosas… pero son valiosas no
porque constituyan la respuesta a mis devaneos, sino porque son algo así como
destellos que pueden –de forma muy acotada (porque los destellos son breves, intensos
y a veces enceguecedores)- alumbrar mi búsqueda de certezas.
Hablando con
otros me escucho a mí misma. O quizá, dicho de otra forma, ellos me reflejan. Y
me sirve, porque me aclaro y me ordeno. Lo que demuestra que no es tanto lo que
los otros me dicen, sino lo que yo interpreto y entiendo de lo que me dicen. Las
respuestas están siempre dentro de uno. Lo que pasa es que a veces no queremos
escuchar esas respuestas. Porque no nos gustan, porque nos incomodan, porque
nos duelen o simplemente, porque no confiamos en nosotros.
¿Por qué ese
afán de buscar afuera lo que podemos hallar dentro? En el fondo uno siempre
sabe. Hay que ejercitar más la introspección. Hay que practicar más la
confianza en uno mismo. Sí, date tiempo y espacio para escuchar todo el alboroto que hay afuera: las
palabras, los consejos, las historias parecidas, pero al final del día, cuando
llegues a tu propia casa, cierra bien la puerta, no abras ninguna ventana,
enciende la luz de tu pieza, mírate en el espejo y cuando puedas ver claramente
al fondo de tus pupilas… ahí sabrás… lo que siempre has sabido.
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