Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el Sábado 13 de septiembre de 2014.
La mente no
para. Todo el día parloteando, comentando, enjuiciando. Nunca se calla. Su
diálogo es intenso y es sordo: no escucha más que sus propias razones, no
obedece más que sus mismos patrones de siempre y la información que recibe la
procesa a la luz de sus más profundas creencias. Leyendo “El Poder del Ahora”
de Eckhart Tolle, me he hecho un poco más consciente de esta permanente conversación
que tiene lugar en mí. Entiendo que la afirmación que acabo de hacer es
bastante rara, porque implica que en el coloquio que se lleva a cabo en mi
interior –como en todo coloquio- hay al menos dos participantes: uno sería mi
mente con mis pensamientos… ¿y el otro, quién sería?
Puedo
entender que yo no soy mis pensamientos y, por ponerlo de manera rimbombante,
puedo decir incluso que yo soy más que mis pensamientos. Sin embargo, para mi
sorpresa, debo reconocer que la mayor parte del tiempo me identifico tanto con
lo que da vueltas en mi cabeza que soy incapaz de establecer la diferencia. Y
el simple hecho de constatar que en general me muevo por la vida creyendo a
pies juntillas que yo soy mis pensamientos, no me deja para nada indiferente,
porque significa entonces que casi siempre creo ser quien en verdad no soy. Y eso
sí me parece un tanto patológico.
¿Esto no es
acaso lo que nos pasa a casi todos? ¿Estaremos todos un poco locos, entonces? Eckhart
Tolle señala que “la causa principal de infelicidad nunca es la situación, sino
tus pensamientos sobre esa situación”. No somos lo que pensamos y más aún, lo
que pensamos sobre lo que nos sucede no es más que la interpretación de un
hecho que en sí mismo sólo es lo que es: ni bueno, ni malo, ni positivo, ni
negativo. Es uno el que le agrega el valor.
Al igual que el IVA, que es un
impuesto que recauda el fisco y que en Chile recarga el 19% sobre la
transacción comercial de un bien o servicio, aumentando así su precio de venta,
nuestra realidad está construida por experiencias y situaciones cuyo
significado se recarga con el valor agregado que le dan nuestros pensamientos
(que en muchos casos superan por lejos el 19%) haciendo que estas experiencias
o situaciones sean mucho más de lo que en verdad son. En este sentido sería
quizá más sensato copiarle a los norteamericanos, que siempre venden sus
productos diferenciando el valor original de éstos del valor del impuesto (por
ejemplo, el precio de una polera es de US$ 9.99 plus tax). Una cosa es el
precio del producto y otra el valor agregado del impuesto… Una cosa es lo que
nos sucede y otra cosa el valor agregado por el pensamiento a eso que nos
sucedió.
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