Uno de los
panoramas tradicionales durante los calurosos meses de verano de mi
adolescencia era visitar el Santuario de la Naturaleza, un parque ubicado en el
sector cordillerano de El Arrayán muy
cerca de Santiago. Pasábamos el día allá, llevábamos picnic y organizábamos largas caminatas siguiendo algunos de los
senderos ya existentes. Pero cada vez que emprendíamos el recorrido yo siempre
me cuestionaba lo mismo: “¿Por qué teníamos que ir por el mismo sendero que otros
habían hecho?” En uno de esos paseos, logré verbalizar mi inquietud y le
pregunté a mi papá, que casi siempre comandaba la expedición: “¿Por qué vamos
por este camino?” Mi papá me respondió con la voz agitada por el tranco firme y
rítmico: “Porque este es el camino que hay, pues mijita”. Entonces, yo volví a
preguntar, “¿Pero por qué no podemos
hacer nosotros otro camino diferente?” Y
mi papá volvió a contestar: “Porque este es el camino que de manera natural han
ido dejado todos los caminantes que vinieron antes que nosotros y como ya es
una ruta probada… qué mejor que seguirla, así nos ahorramos tiempo y energía”.
Y mientras mi papá seguía avanzando muy campante, yo reflexionaba: “Mmmm, es
verdad que nos ahorramos tiempo y energía, pero también nos ahorramos la emoción
de escoger nuestra propia ruta”. Al fin y al cabo, pensaba yo, ¿Cómo sabía mi
papá que efectivamente ése era el mejor trayecto? ¿Sólo porque otros así lo habían establecido? ¿Acaso quienes recorren antes un camino tienen
potestad para señalarle a todos los que vienen después por dónde tienen que
caminar? Finalmente, me planteaba yo, ¿Qué tenía de aventurero este paseo?...
Nada. Cero.
Ahora, que
hace rato se fue mi adolescencia, mi juventud y, bueno, parte de mi adultez también,
y cuando justo estoy en lo que los entendidos llaman “plena crisis de la
mediana edad”, me doy cuenta que así es no más la cosa. Sucede que en el camino
de la vida uno recorre muchos senderos simplemente porque estaban ahí. O porque alguien, que pasó por el lugar antes
que nosotros, trazó una huella que al principio fue débil pero que poco a poco
fue siendo reforzada por los que vinieron después… y finalmente se convirtió en
la ruta oficial, en el camino esperado, en el sendero correcto.
No es sino
hasta que uno lleva un buen rato caminado, que se da cuenta que quizá pudo
haber tomado otro trayecto. ¿Pero sirve de algo lamentarse cuando lo caminado
ya se caminó? Antonio Machado lo dijo y luego lo repitió Serrat: “… al volver
la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Porque como la
vida es “pa´delante” y no “pa´tras”, no se puede desandar lo andado. Y si de
algo vamos a arrepentirnos, que no sea de los caminos no recorridos, sino de no
ser capaces de valorar hasta dónde hemos llegado gracias a los senderos por los
cuales sí hemos transitado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario