“¿Dónde estamos, Max?”, le preguntó
un poco desorientada mi hija de entonces dos años y medio a su hermano tres
años mayor mientras, recién llegados a Antofagasta, salíamos del aeropuerto
Cerro Moreno en la van que nos llevaría a nuestro nuevo hogar . Sin despegar la
nariz de la ventana de su asiento e impresionado por el árido paisaje, mi hijo
le respondió “en Arabia… creo que estamos en Arabia”.
Somos muchos los que, venidos desde
distintas partes de Chile y el mundo, recordamos con lujo de detalles cómo fue
el primer día que llegamos a esta ciudad en pleno Desierto de Atacama. En mi
caso, fue como una cita a ciegas, que a primera vista no logró seducirme, pero que
luego, al entrar en una conversación diaria, la ciudad me fue contando su
historia, sus desafíos, sus sueños y me fui enamorando de esta tierra seca y
dura pero con un alma noble y generosa.
Porque Antofagasta nos ha tendido la mano a todos los que hasta
acá hemos llegado y por ese sólo hecho tenemos que estarle eternamente
agradecidos. Quién iba a pensar que el desierto más seco del mundo se
convertiría en el vergel de muchos y que en medio de este tornasol de tonos
tierra hayamos sido tantos los que hemos ido cultivando un jardín de
posibilidades.
Por eso en estas horas en que
pareciera que las vacas están bajando de peso, que la sensación general se
presenta más sombría y que los comentarios que uno escucha redundan pesimismo y
miedo, creo que es bueno acordarse de todo lo que esta tierra nos ha dado,
porque aunque nadie sabe bien qué nos espera más adelante, tiendo a creer que es
más sano valorar lo que uno ha recibido que fantasear sobre posibles
descalabros que pudieran suceder en un futuro que aún no llega.
El bálsamo del agradecimiento
reconforta el espíritu, permite volver a conectarse con la abundancia que hay
en cada corazón y te faculta para volver a ver lo que el pesimismo hace olvidar.
Al igual que lavarse los dientes en la mañana y después de cada comida, el
agradecimiento remueve ese sarro negativo con que a veces se tiñe el alma y que
si no se saca, tiende a pegarse y ponerse duro formando una capa que después no
te deja ver el sol. Está claro que el agradecimiento no va a cambiar el
errático comportamiento de los mercados internacionales, ni va a disminuir una
crisis que poco a poco se va mostrando más y más intensa, pero sí va a ayudar a
equilibrar la mirada individual. Y, al final del día, es la mirada individual
la que hace que todo se vea diferente.
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