Quién más
que los chilenos pueden dar cátedra de lo que es enfrentar una emergencia. En
el norte, en el sur, en el centro, donde sea, las emergencias en este país
aparecen una y otra vez como flores porfiadas que germinan testarudas en la
tierra, en la arena, en el barro e incluso en el polvo acumulado en una
esquina. El copihue es muy bonito, pero déjenme decirles que es a través de la
emergencia que florece nuestra verdadera identidad.
Porque las
emergencias a estas alturas ya son parte de nuestro espíritu nacional. Es raro
y suena raro, pero los chilenos nos
entendemos, nos validamos, nos relacionamos y nos valoramos a través de las
emergencias. Por lo mismo, las necesitamos, porque de tanto en tanto nos hacen retornar
a nuestro centro, el que nuevamente perdemos a poco andar porque sabemos que no
tardará en llegar una nueva emergencia que nos volverá a centrar y equilibrar.
En
situaciones igualmente dolorosas y apremiantes, si no hay una emergencia de por
medio, nos cuesta mucho más reaccionar. Necesitamos del rimbombo de la
emergencia para movilizarnos, nos hemos acostumbrado a ello y nos movemos bajo
esa lógica. Quizá muchos dirán que eso es parte de la naturaleza humana. Sí, de
acuerdo. Pero últimamente en Chile, el asunto ha sido llevado al extremo. Por
poner una fecha de inicio, desde el brutal terremoto del 2010 no hemos parado.
Pasamos por el épico rescate de los 33 y luego hemos vivido una seguidilla de
feroces aluviones, inundaciones diluvianas, devastadores tsunamis,
espectaculares erupciones volcánicas, incendios infernales, inusuales
temporales con pinta de huracán y varios terremotos más. Todo ello acompañado
por una singular comparsa de alertas, alarmas, avisos telefónicos, sirenas de
emergencia, órdenes de evacuación, operaciones deyse, planes de contingencia,
transmisiones en vivo y en directo e incontables campañas de ayuda.
La
emergencia en Chile se ha convertido en una forma de vida. Da la sensación que
sin ella como que nos cuesta más respirar, como que no sabemos qué hacer. Con
la emergencia nos ordenamos, obedecemos, nos sensibilizamos y nos ponemos al
servicio. Quizá esto es lo mismo que le ocurre a cualquier ser humano en
cualquier país del mundo, lo que sucede es que debido a la frecuencia e
intensidad de las situaciones de emergencia que suceden en nuestro territorio
nacional, los chilenos hemos desarrollado un expertise fuera de todo rango y eso nos distingue y nos
caracteriza.
¿Está mal
que sea así? ¿Está bien? Da lo mismo. El punto no es juzgar. Se trata más bien
de reflexionar respecto a que la emergencia no sólo es una “situación de
peligro o desastre que requiere una acción inmediata”, como la define el
diccionario, sino que –como su otra acepción lo señala- constituye una oportunidad
para “dejar emerger”. Porque a través de la emergencia emerge la verdadera
identidad del chileno: con lo bueno y con lo malo, con lo lindo y con lo feo,
con lo que tenemos que mejorar, pero también con todo lo que debemos estar
orgullosos de ser.
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