(Publicada en "El Mercurio de Antofagasta" el sábado 29 de agosto de 2015)
Cada uno de
nosotros tiene su historia. Todos venimos de algún lugar, nos han sucedido
cosas, hemos tenido distintas experiencias, hemos amado, llorado, sufrido,
reído, en fin, hemos vivido. Cuando miramos el pasado, tenemos un cuento que
contar. Y lo contamos. Y ahí está la clave. No en el cuento en sí… sino más
bien en cómo contamos ese viejo cuento.
Es tan
automático el proceso, que ni siquiera nos percatamos que hay una palanca que
podemos accionar. Pensamos que nuestra historia de vida es tal como la
recordamos, tal como se nos viene a la mente. Estamos tan acostumbrados a
escuchar una y otra vez el mismo relato trasnochado, contado de exactamente la
misma manera, que anulamos la posibilidad de revisar lo ocurrido, de mirarlo
con nuevos ojos, de ponerle otros acentos, de describirlo con otras
palabras.
No debería
ser así, pero habitualmente la historia personal que nos contamos a nosotros
mismos es la que determina en gran medida lo que somos hoy, lo que hacemos y cómo
lo hacemos. Mucha gente está estancada por la historia que se cuenta a sí misma
y porque vive de acuerdo a esa historia. Frases como “siempre he sido así”,
“nací así”, “nunca he sido buena para…”, “no está en mi naturaleza”, “nunca me
gustaron las lentejas”, “desde chica soy pésima para los deportes” etc., etc.,
etc. Todas ellas son afirmaciones que pronunciamos hoy, pero que tienen su raíz
en el pasado… No… Perdón. No en el pasado… sino en cómo nosotros hemos
archivado ése pasado, que es muy distinto.
No se puede
acceder a un presente renovado y rico en posibilidades, mientras tengamos una
historia que diga que es imposible, o que diga que esto no funciona, o que he
tratado todo, o que no puedo ser eso que tanto quisiera ser. Lo único que me
aleja de obtener lo que quiero es la historia que sigo contándome a mí misma
sobre por qué no puede suceder lo que tanto quiero que suceda.
Viendo un
video de la conocida presentadora norteamericana Oprah Winfrey, me encontré con
una conversación que tenía con T.D. Jakes, pastor y escritor norteamericano.
Durante el diálogo, él lanzó una frase que me dejó helada: “Cuando te aferras a
tu pasado, lo haces a expensas de tu destino”. Nada más cierto.
Así es que
me puse a repasar todos esos relatos que no me dejan avanzar y decidí que los
voy a re-escribir. No es que vaya a cambiar la historia, porque ciertamente,
los hechos no se pueden cambiar y es innegable que lo que sucedió, sucedió. Lo
que voy a modificar es la forma cómo me cuento a mí misma (y al mundo) esa
historia. Soy periodista y jamás me
atrevería a cambiar los hechos de una noticia, pero ahora entiendo que en vez
de escoger un titular que me limite, tengo que elegir el que más me potencie.
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