Hace ya
bastantes años, tenía un amigo que era tan divertido que acuñó el concepto de
dolor-risa. Era un concepto raro y contradictorio, pero por lo mismo lo
encontré muy interesante. El dolor–risa se refería a todas aquellas situaciones
de dolor físico o emocional en que la incomodidad es tan extraña que no sabes
si reír o llorar. Por ejemplo, cuando se duerme una pierna o un pie, o cuando
te pegas en el epicóndilo medial, una prominencia ósea ubicada en la articulación del codo y
que popularmente se conoce como el “hueso de la risa”.
Pensándolo
bien, resulta muy curioso que el dolor extremo (físico o emocional) y la risa
desbocada terminen casi siempre en lo mismo: lágrimas. Debe ser porque tanto la
pena como la risa, lavan, limpian y te hacen mejor persona. Cada una a su modo
te va moldeando y constituyen sendas caras de una misma moneda. ¿Se han fijado que a veces los niños son
capaces de moverse rápidamente entre estos dos polos? No cesan aún de llorar
desconsoladamente cuando en algún momento el llanto muta a una risa nerviosa e
incontrolable, dejando perplejos a quienes los observan.
El fenómeno
es parecido a lo que sucede con otras emociones ¿Cuándo la perseverancia se
convierte en terquedad? ¿En qué momento una persona consecuente se convierte en
intransigente? ¿En qué punto alguien amable se convierte en alguien servicial?
¿O alguien seguro de sí mismo se vuelve arrogante? ¿O una persona paciente se transforma
en pasiva? ¿O alguien ordenado en un
maniático? En algún instante, lo que empieza como una característica positiva
se transforma en algo negativo. La pregunta es ¿En qué momento? ¿Dónde dibujamos la raya?
No tengo la
respuesta definitiva. Sólo ensayo algunas propuestas: el sentido común puede
ser una útil herramienta para resolver estos casos, pero si entendemos el
sentido común como el “modo de pensar y proceder tal como lo haría la
generalidad de las personas” (así lo define la Real Academia Española), resulta
un concepto muy volátil. Quizá otra forma de establecer la diferencia es
hacerse consciente entre lo que te hace bien y lo que te hace mal, entre lo que
te fortalece y lo que te debilita.
Como dice David Hawkins en su libro “El poder contra la fuerza”: “diferenciar
entre los patrones de alta y baja energía es una cuestión de percepción y
discriminación que la mayoría de nosotros aprende dolorosamente a base de la
experiencia”. En otras palabras,
aprendemos a porrazos, a prueba y error, pero con el tiempo nos vamos
sofisticando y haciendo más expertos. El tercer párrafo de esta columna basta
para hacernos más conscientes y empezar a incrementar el poder interno de cada
uno con el fin de elegir con qué emoción queremos quedarnos. Para que el
dolor-risa empiece a ser menos dolor y mucho más risa.
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