La vida
está llena de instantes pequeños, aparentemente insignificantes. Momentos minúsculos, que pareciera que no valen nada. Son
como soplos de tiempo que creemos tan intrascendentes que por lo mismo son
desestimados y mirados incluso con indiferencia y desdén.
Subir las
escaleras, lavar la loza, caminar por la calle, esperar la luz verde del
semáforo, pelar una manzana, abrocharse los cordones, lavarse las manos, hacer
una fila, poner la mesa, subirse al ascensor, abrir la puerta de la casa… Todos
ellos, entre miles de otros, son momentos a los que les damos muy poca
importancia. Claro, al lado de los grandes acontecimientos de la vida, los
momentos insignificantes constituyen la parte no contada de la historia y por
lo mismo pareciera como que no existieran.
Error.
No sólo
existen. Sino que, después de todo, no son tan insignificantes como pensamos.
Porque veámoslo de este modo: en términos de cantidad, los momentos
insignificantes son muchísimos más que los sucesos rimbombantes de nuestra vida,
por lo tanto, acumulados en la historia particular de cada uno, lo
insignificante adquiere cierta trascendencia que se puede aprender valorar sólo
con la perspectiva que da el paso del tiempo.
Suele
suceder, que tendemos a subestimar los momentos insignificantes… a tal punto
que cuando aparecen, ponemos la vida en pausa y los usamos sólo como la sala de
espera de los eventos más importantes, como si nuestra existencia sólo
estuviera hecha de lo grandioso. Sin embargo, la manera cómo vivamos esos
momentos insignificantes va a determinar cómo experimentamos finalmente nuestra
vida. Si tales instantes los vivimos en la inconciencia, por ejemplo, negando el
momento insignificante con la mala costumbre de anticiparnos a un futuro que
aún no llega, la consecuencia es que nos mantendremos inconscientes la mayor
parte de nuestra vida, añorando lo que está por venir y dejando de estar en el único
espacio que tenemos para existir: el presente.
Y entonces,
llegamos al verdadero regalo que nos ofrecen los momentos insignificantes: si éstos
son correctamente apreciados se pueden convertir en un portal del porte de un
coliseo para aprender a estar en el aquí y ahora. Es más, gracias a su
frugalidad, simpleza y sencillez, constituyen
una oportunidad única para ejercitar nuestra capacidad de estar realmente presentes
en el presente… que al final del día, es la única receta para vivir la vida a concho
y para –de manera sorprendente- transformar lo insignificante… en
grandioso.
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