El mundo
que nos rodea es sólo la parte manifestada de la vida. Pero lo que vemos y
tocamos siempre viene de un lugar invisible, de esa parte no manifestada. Casi
todo, antes de ser lo que es, fue sólo una idea, un pensamiento, una
inspiración. Observa a tu alrededor: la silla donde te sientas, la taza en la
que tomas el té, el computador en el que escribes, estas líneas que lees, el
auto en que te mueves, la casa donde vives. Todo, antes de convertirse en cosa,
fue sólo una energía intangible, esperando que alguien la tomara y la
convirtiera en realidad. Parece magia, y en verdad, lo es. Sólo que estamos tan
habituados a ella, que no nos sorprende.
Le damos
mucha más importancia y crédito a lo visible que a lo invisible. Como si lo invisible
no existiera. No captamos ni valoramos el milagroso proceso a través del cual
lo invisible se hace visible. Creo que es porque nos jactamos de ser personas
cuerdas, fieles al principio de “ver para creer”, y por lo mismo, tendemos a
pasar mucho más tiempo en el mundo concreto y “real” y nos olvidamos de ese otro
mundo desde donde todo es creado, al cual cada uno de nosotros puede acceder
cuando quiera y del que puede volver con un tesoro en sus manos.
Los flujos
de creación y también los movimientos de cambio operan primero desde lo
invisible y su manifestación siempre ocurre al final del proceso. Un edificio
empieza a construirse mucho antes que cuando se pone la primera piedra… ese
momento es sólo el primer indicio de la parte visible de un camino que pudo
haber comenzado años e incluso décadas antes. Lo que me recuerda un hermoso relato
zen que habla sobre lo que sucede cuando se planta la semilla de bambú japonés:
además de regarla y abonarla como corresponde, durante los primeros meses no
ocurre nada apreciable. En realidad, no sucede nada visible con la semilla
durante los primeros siete años… pero de pronto, durante el séptimo año y en un
período de sólo seis semanas, el bambú japonés puede llegar a crecer hasta 30
metros de altura. Durante todos esos años de aparente inactividad, el bambú
estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el
crecimiento que iba a tener después de siete años.
Los cuentos
de hadas y las caricaturas nos hacen creer que con sólo pronunciar “Abracadabra
pata de cabra” los magos pueden hacer aparecer de forma inmediata lo que
quieran. Por eso no creemos en la magia, porque pensamos que tiene que ser
instantánea. Pero estamos equivocados, porque la magia no tiene que ver con la
velocidad con que se manifiesta lo invocado, sino más bien con que, simple y
exclusivamente, se manifieste lo invocado.
Tanto la
mayoría de los procesos de creación como los cambios, no son instantáneos
porque gran parte de dichos procesos se
desarrolla en lo invisible, y eso –como no se ve- los hace aparecer como menos mágicos. El bambú
no se demoró 6 semanas en crecer 30 metros, le tomó 7 años y medio en
desarrollarse. No hay que engañarse, la magia sí existe. No a la velocidad con que
aparece en los cuentos de hadas, pero innegablemente existe. Y bueno, si la
magia existe… adivina quién es el mago.
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