Termina el
año y resulta inevitable mirar estos 12 meses y hacer algún tipo de balance. De
lo que se fue, de lo que quedó, de lo que logramos, de lo que aún está
pendiente, de las alegrías, de las tristezas, de lo que ganamos y de lo que perdimos.
Al sumar y restar se genera un resultado, que gruesamente podríamos resumir en
positivo o negativo. Pero ese resultado es sólo un dato y para que ese dato
adquiera real sentido conviene verlo no sólo a él sino al proceso que lo
generó.
El proceso
es una variable que sin duda debe ser parte de la ecuación. Porque a veces
aunque el objetivo no se haya logrado o el resultado no haya sido favorable o
positivo, el proceso sí constituyó un aprendizaje y el aprendizaje es siempre
un paso más hacia la meta. Los procesos rara vez son fáciles y bonitos. Casi
siempre implican esfuerzos, fracasos y caídas. Como le sucedió a un destacado
gerente de una famosa compañía multinacional, quien cometió un enorme error que
le costó 10 millones de dólares a la empresa. Al entrar en la oficina de su
jefe, el gerente dijo. “Supongo que estoy despedido”, a lo que el jefe
respondió “¿En serio? ¿No le parece que es su mejor momento? ¡Acabamos de
invertir 10 millones de dólares en su educación!”
El jefe fue
capaz de ver el error de su subordinado como parte de un proceso mucho más
grande y lo valoró como un elemento de preparación para el objetivo mayor. Entonces,
al hacer el balance de este 2015, la invitación es a tener una perspectiva más
panorámica de lo que nos ocurrió y entender que todo fue necesario.
Por eso, yo
me alegro de lo difícil que en varios aspectos fue este año, porque si hubiera
sido fácil habría sido bastante más aburrido. Me alegro de lo que me sacó canas
verdes y de lo que se me hizo cuesta arriba porque me obligó a superarme. Me
alegro de las pequeñas grandes penas, de lo que me costó conseguir y de lo que
se me ha hecho esquivo, porque así me obligo a valorar un poco más lo que
tengo. Me alegro de las discusiones y de los dolores ya que gracias a todo eso
creo que entiendo un poco más y juzgo un poco menos. Me alegro de haber tenido
momentos de enojo conmigo y con el mundo, porque así voy aprendiendo que lo
único que puedo controlar es la forma cómo yo reacciono frente a lo que me
sucede. Me alegro de las ollas que se destaparon y de todas las caretas que se
cayeron porque así la vida se hizo mucho más sincera. Me alegro también de
arrepentirme de varias cosas que hice, porque ahora sé que no las tengo que
volver a hacer.
Hay muchas experiencias
de las que no me alegro, por cierto, pero entiendo que son parte de la vida y que
es necesario integrarlas también. El positivismo exacerbado y desapegado de la
realidad tampoco funciona. Pero al momento de hacer balances, ojo con hacer
foco sólo en el resultado, sobre todo si éste es negativo, ya que podrías estar
soslayando la parte más valiosa de la ecuación: la que te templa, la que te
prepara, la que te está haciendo más fuerte, la que oculta el tesoro. Como dijo
Antoine de Saint-Exúpery, “lo que embellece al desierto es que en alguna parte
esconde un pozo de agua”. Que tengan todos un feliz 2016.
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