Era un día
cualquiera, antes de Navidad. El termómetro batía todos los records de calor de
esta época del año. Sentada en su auto, atrapada en un taco infernal, la mujer
de las mejillas rosadas tocaba y tocaba la bocina tratando de disminuir su
ansiedad. Como ésta no mermaba, subió el volumen de la música “...all I want for
Christmas is you…” Tratando de distraerse, empezó a cantar junto a Mariah
Carey, pero cuando captó que el conductor del lado la miraba burlón, dejó de
hacerlo. Tomó un sorbo de agua de la botella que siempre lleva en el auto y de
reojo miró los mensajes que tenía en el
celular. Se revisó las uñas y las puntas partidas de su larga cabellera rubia que
tanto tiempo y dinero le costaba mantener y luego comenzó a tamborilear los
dedos sobre el manubrio. “Esta cosa no avanza”, musitó agobiada, mientras
sentía que por la espalda le caía una gota de sudor.
A la mujer
de las mejillas rosadas no le gustaba transpirar. Lo encontraba poco elegante.
Tampoco le gustaba detenerse, por eso este maldito taco era lo peor que podía
pasarle. Pero un pato yeco que casualmente pasaba por el lugar y que dejó caer
su abundante excremento sobre el inmaculado parabrisas del auto, le aclaró que era
más bien “eso” lo peor que podía sucederle. Genial. Ahora no sólo estaba atrapada
en un taco, sino que además, su visibilidad era nula. Furiosa, giró la palanca
del lavaparabrisas sólo para descubrir que no salía líquido. Pero como el
comando ya estaba accionado, las obedientes plumillas se encargaron de esparcir
prolijamente el blancuzco desecho fecal por todo el vidrio delantero.
Al borde
del delirio, a la mujer de las mejillas rosadas no le quedó más que tomar la
botella de agua, bajarse del auto, aguantarse las náuseas y lavar el parabrisas
con lo que le quedaba de agua. Justo en ese instante la fila comenzó a avanzar
y el conductor del camión ubicado detrás de su auto, le tocó despiadadamente la
bocina reventándole los tímpanos. La mujer de las mejillas rosadas lo miró con
odio y se subió de vuelta al auto con la exasperante calma de una dama furiosa
que quiere sacarle pica al conductor de atrás. Cuando ya estuvo lista para avanzar
con su auto, no pudo hacerlo porque los vehículos de la otra fila se habían
cambiado de pista por delante de ella usando todo el espacio disponible. Como
era de esperar, el conductor de la retaguardia no escatimó saludos para toda la
parentela de la mujer, que a estas alturas tenía las mejillas derechamente
coloradas.
La pobre estaba
exhausta. Y mientras trataba de mantener la compostura y no estallar como una
loca desquiciada, se dio cuenta que ya no estaba apurada… que de pronto, la
urgencia por hacer todo lo que tenía que hacer se había desvanecido y que en
ese momento nada era más importante que sus incontenibles ganas de llorar. Dejó
entonces que las lágrimas fluyeran y curiosamente, con ellas empezó a fluir
también una agradable sensación de libertad. El taco dejó de parecer una
tortura, el parabrisas pareció tan prístino como un cristal, e incluso, desde
el fondo de su corazón deseó genuinamente que el conductor del camión de atrás tuviera
una muy Feliz Navidad.
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