Ilustración: Paulina Gaete
OK.
No puedo
evitarlo y tengo que escribirlo. Tengo dos amigas. Muy amigas. Buenas personas,
generosas, divertidas y buenas mozas.
Amanda y Esther. Son nombres ficticios obviamente para proteger su verdadera y
valiosa identidad. Resulta que Amanda, Esther y quien escribe (yo) tenemos un
problema. Nos gusta comer y –a unas más que a otras- el tema del ejercicio no
se nos da fácil. El resultado obvio de esta ecuación es que entre las tres
sumamos varios kilos de sobrepeso. Y lo pongo así para no entrar en el
humillante desglose de cuántos kilos son míos, tuyos y de cada una.
Convengamos
que este no es un graaaan problema. Sé que en el mundo y en la historia
universal hay y ha habido tragedias peores que esta… pero entiéndanme, en la
vida de las mujeres que como a nosotros les ha tocado existir en un país y en
una época donde el mito de “la mujer perfecta” (buena madre, buena profesional,
buena esposa y regia-estupenda) está plenamente vigente, el asunto de luchar
por mantenerse esbeltas durante el mayor tiempo posible no es menor.
Sí, sí, ya
sé. No faltarán quienes se escandalizarán frente a “tamaña necedad” que acabo
de escribir, aludiendo a la frivolidad de mis pensamientos y la banalidad de
mis preocupaciones, como me lo dijo una vez una flaca-esquelética… “Déjate de
pensar en tonteras, Marcela. Estás como obsesionada con el tema. Preocúpate
mejor de las cosas verdaderamente importantes”. A todas quienes piensen así,
las respeto enormemente… pero en verdad me encantaría mandarlas a Chimbarongo a
comprar canastos de mimbre. Capaz que sea verdad que a ellas no les importa el
tema y son flacas-esqueléticas por la gracia de la divinidad. ¡Bienaventuradas!
A mí y a mis amigas nos tocó bailar con la fea realidad de los kilos de más. Y como
somos amigas y estamos juntas en las duras, en las maduras y en las gorduras, hemos
decidido unirnos en esta cruzada.
E hicimos un
pacto. Luego de un opíparo pic-nic que organizamos un día cualquiera para que
nuestros pequeñines en vacaciones pudieran correr y gritar como desaforados en
un lugar que no fuera la casa de ninguna de las tres, nos sentamos sobre la
hierba a engullir sendos trozos de torta. Ya con “la guatita llena y le corazón
contento”, nos tendimos mirando el cielo y ahí nos quedamos un rato sintiendo
en el rostro la brisa primaveral. “Somos unas chanchas”, les dije sin más. Amanda me miró impactada. Esther se puso a
llorar… y justo cuando yo me iba a retractar de la brutalidad que acababa de
decir, Amanda comentó “Tienes toda la razón…” y Esther bañada en lágrimas,
agregó: “Tenemos que hacer algo”.
Y así empezó
todo. Nos prometimos a bajar cierta cantidad de kilos en un mes. Y en una improvisada
hoja, cada una estampó su rúbrica frente al juramento.
Esto fue ayer,
17 de septiembre, ad portas de las Fiestas Patrias, claramente el peor día del
año para comenzar un desafío como este. Pero como creo firmemente en que el
Universo es perfecto y que todo es como tiene que ser, acatamos el momento en
que esta brillante idea se apoderó de nuestras cabezas y haremos lo que tenemos
que hacer.
El
compromiso ya está hecho. Y la palabra empeñada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario