miércoles, 18 de septiembre de 2013

El compromiso


Ilustración: Paulina Gaete
 
OK.

No puedo evitarlo y tengo que escribirlo. Tengo dos amigas. Muy amigas. Buenas personas, generosas, divertidas  y buenas mozas. Amanda y Esther. Son nombres ficticios obviamente para proteger su verdadera y valiosa identidad. Resulta que Amanda, Esther y quien escribe (yo) tenemos un problema. Nos gusta comer y –a unas más que a otras- el tema del ejercicio no se nos da fácil. El resultado obvio de esta ecuación es que entre las tres sumamos varios kilos de sobrepeso. Y lo pongo así para no entrar en el humillante desglose de cuántos kilos son míos, tuyos y de cada una.

Convengamos que este no es un graaaan problema. Sé que en el mundo y en la historia universal hay y ha habido tragedias peores que esta… pero entiéndanme, en la vida de las mujeres que como a nosotros les ha tocado existir en un país y en una época donde el mito de “la mujer perfecta” (buena madre, buena profesional, buena esposa y regia-estupenda) está plenamente vigente, el asunto de luchar por mantenerse esbeltas durante el mayor tiempo posible no es menor.  

Sí, sí, ya sé. No faltarán quienes se escandalizarán frente a “tamaña necedad” que acabo de escribir, aludiendo a la frivolidad de mis pensamientos y la banalidad de mis preocupaciones, como me lo dijo una vez una flaca-esquelética… “Déjate de pensar en tonteras, Marcela. Estás como obsesionada con el tema. Preocúpate mejor de las cosas verdaderamente importantes”. A todas quienes piensen así, las respeto enormemente… pero en verdad me encantaría mandarlas a Chimbarongo a comprar canastos de mimbre. Capaz que sea verdad que a ellas no les importa el tema y son flacas-esqueléticas por la gracia de la divinidad. ¡Bienaventuradas! A mí y a mis amigas nos tocó bailar con la fea realidad de los kilos de más. Y como somos amigas y estamos juntas en las duras, en las maduras y en las gorduras, hemos decidido unirnos en esta cruzada.

E hicimos un pacto. Luego de un opíparo pic-nic que organizamos un día cualquiera para que nuestros pequeñines en vacaciones pudieran correr y gritar como desaforados en un lugar que no fuera la casa de ninguna de las tres, nos sentamos sobre la hierba a engullir sendos trozos de torta. Ya con “la guatita llena y le corazón contento”, nos tendimos mirando el cielo y ahí nos quedamos un rato sintiendo en el rostro la brisa primaveral. “Somos unas chanchas”, les dije sin más.  Amanda me miró impactada. Esther se puso a llorar… y justo cuando yo me iba a retractar de la brutalidad que acababa de decir, Amanda comentó “Tienes toda la razón…” y Esther bañada en lágrimas, agregó: “Tenemos que hacer algo”.

Y así empezó todo. Nos prometimos a bajar cierta cantidad de kilos en un mes. Y en una improvisada hoja, cada una estampó su rúbrica frente al juramento.

Esto fue ayer, 17 de septiembre, ad portas de las Fiestas Patrias, claramente el peor día del año para comenzar un desafío como este. Pero como creo firmemente en que el Universo es perfecto y que todo es como tiene que ser, acatamos el momento en que esta brillante idea se apoderó de nuestras cabezas y haremos lo que tenemos que hacer.  

El compromiso ya está hecho. Y la palabra empeñada.

 

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