(Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta el sábado 19 de abril de 2014)
Hay cosas que suceden una vez en la vida. Hitos que marcan y
que te hacen sentir privilegiado por haber sido testigo de ellos: es lo que
sucedió por ejemplo con el paso del Cometa Halley, o con la primera vez que el
hombre pisó la luna, o con la caída del muro de Berlín, o con el rescate de los
33 mineros, o –como sucedió esta semana recién pasada- con el eclipse de luna
que se pudo apreciar durante la madrugada del pasado martes: un eclipse
especial, diferente, en el que nuestro satélite natural se tiñó completamente
de rojo y se convirtió en una “luna de
sangre”, como lo bautizaron algunos o en una “luna escarlata”, como prefiero
llamarle yo.
Y me quedé pensando en todas esas “lunas escarlata” que he
tenido a nivel más personal a lo largo de mi vida, en todos esos momentos
únicos e irrepetibles, y a mi mente acudieron por ejemplo, el nacimiento de mis
hijos, el día de mi matrimonio, la primera vez que me publicaron un artículo en
la prensa y cuando realicé mi primer despacho en directo en televisión, entre
muchos otros. Sinceramente me costó ponerle punto final a la retahíla de
eventos que calificaban en la categoría de
“luna escarlata”…
Y entonces, lo pensé de nuevo y – no sin asombro- caí en
cuenta que en verdad, todos y cada uno
de los momentos de la vida son finalmente como la “luna escarlata”: únicos e
irrepetibles. El pecado es que se nos olvida y que no nos damos cuenta de que
es así. El eclipse del pasado martes me hizo recordarlo porque me invitó a rememorar todo lo vivido como situaciones y experiencias
que nunca voy a volver a vivir. Y como que de pronto la frase “sólo se vive una
vez” adquirió una dimensión considerablemente más profunda y real. Y entonces
me dio un poco de pena y mucha nostalgia.
Pero después de un rato, caí en cuenta que –Dios mediante-
aún me quedan unos cuantos años más en este planeta y quizá cuántas “lunas escarlata” están aún
esperando por mí. Ésas son las que en verdad ahora cuentan. Es bonito recordar
las glorias pasadas y apreciarlas como únicas e irrepetibles… ¿Pero qué tal si
de ahora en adelante y de una forma mucho más madura y consciente empezara a valorar cada momento que voy viviendo como una
oportunidad única y especial? ¿No lo
disfrutaría más, acaso? ¿No tendría entonces experiencias mucho más plenas? ¿No
estaría mucho más presente en el presente?
Quién hubiera dicho, todo lo que la “luna escarlata” del
pasado martes me hizo reflexionar...
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