jueves, 3 de abril de 2014

El mismo sol con otros ojos



Vivo hace algunos años aquí en el desierto y siento que ya me he acostumbrado al sol y a la falta casi absoluta de lluvia. Pero si hay algo que he aprendido en todo este tiempo, es que no todos los días con cielos despejados son iguales. Tal como los esquimales logran diferenciar 30 tonos de color blanco, hoy yo me siento capaz de distinguir una amplia variedad de días soleados. El sol puede ser el mismo, pero cambia el cielo, cambia el mar, cambia el viento y cambio yo. Sobre todo, cambio yo.

Porque aunque pareciera que día tras día soy la misma. En verdad, no. Cada día soy un poco distinta al día anterior. Algo en mí se mueve, o muta, o crece, o nace, o muere. Es imposible que el sol que me alumbró ayer sea igual al sol que me iluminará mañana. Porque cuando uno cambia, cambia también lo que uno ve. Lo que un día se presenta como un problema, al día siguiente se convierte en oportunidad. Lo que hoy parece tragedia, mañana quizá se transforme en tu mayor bendición. Y al revés.

Además de que la piel se ponga más dura, más oscura y arrugada, vivir en el desierto hace que –tarde o temprano- te vuelvas amigo del sol y que aprendas a entender que los días de cielos azules y sin nubes no son todos iguales.  Heráclito lo puso de esta forma: “Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña”. Por eso conviene no agobiarse tanto porque haya momentos en los que el paisaje pareciera no ser como uno quisiera. “Después de todo –dijo Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”- mañana será otro día”.

Los días soleados me han enseñado que hay tantos soles como los que yo quiera ver. Cada sol con su propio zenit… cada sol con su particular atardecer. Depende de dónde yo me ubique, de la perspectiva que tome. En el libro “Mil soles espléndidos” del escritor estadounidense de origen afgano, Khaled Hosseini, el título hace referencia a un poema persa del siglo XVII… “Eran incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas, o los mil soles espléndidos que se ocultaban tras sus muros…”  Quizá cuántos soles espléndidos estén aún escondidos esperando que nosotros los podamos encontrar.
Es cosa de esperar a que amanezca. Siempre ocurre y nunca pasan más de 24 horas para que todo vuelva a empezar…  Y entonces, si vives en el desierto, tendrás la oportunidad de ver el mismo sol, con nuevos ojos. Y todo será diferente.

 

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