Vivo hace algunos años aquí en el desierto y siento que ya
me he acostumbrado al sol y a la falta casi absoluta de lluvia. Pero si hay
algo que he aprendido en todo este tiempo, es que no todos los días con cielos
despejados son iguales. Tal como los esquimales logran diferenciar 30 tonos de
color blanco, hoy yo me siento capaz de distinguir una amplia variedad de días
soleados. El sol puede ser el mismo, pero cambia el cielo, cambia el mar,
cambia el viento y cambio yo. Sobre todo, cambio yo.
Porque aunque pareciera que día tras día soy la misma. En
verdad, no. Cada día soy un poco distinta al día anterior. Algo en mí se mueve,
o muta, o crece, o nace, o muere. Es imposible que el sol que me alumbró ayer
sea igual al sol que me iluminará mañana. Porque cuando uno cambia, cambia
también lo que uno ve. Lo que un día se presenta como un problema, al día
siguiente se convierte en oportunidad. Lo que hoy parece tragedia, mañana quizá
se transforme en tu mayor bendición. Y al revés.
Además de que la piel se ponga más dura, más oscura y
arrugada, vivir en el desierto hace que –tarde o temprano- te vuelvas amigo del
sol y que aprendas a entender que los días de cielos azules y sin nubes no son
todos iguales. Heráclito lo puso de esta
forma: “Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el
que se baña”. Por eso conviene no agobiarse tanto porque haya momentos en los
que el paisaje pareciera no ser como uno quisiera. “Después de todo –dijo
Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”- mañana será otro día”.
Los días soleados me han enseñado que hay tantos soles como
los que yo quiera ver. Cada sol con su propio zenit… cada sol con su particular
atardecer. Depende de dónde yo me ubique, de la perspectiva que tome. En el
libro “Mil soles espléndidos” del escritor estadounidense de origen afgano, Khaled
Hosseini, el título hace referencia a un poema persa del siglo XVII… “Eran
incontables las lunas que brillaban sobre sus azoteas, o los mil soles
espléndidos que se ocultaban tras sus muros…” Quizá cuántos soles espléndidos estén aún
escondidos esperando que nosotros los podamos encontrar.
Es cosa de esperar a que amanezca. Siempre ocurre y nunca pasan
más de 24 horas para que todo vuelva a empezar… Y entonces, si vives en el desierto, tendrás
la oportunidad de ver el mismo sol, con nuevos ojos. Y todo será diferente.
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