Como buen día lunes – primer día de la semana- todos en mi
casa nos levantamos más temprano que los martes, que los miércoles, que los
jueves y que los viernes. Siempre sucede lo mismo. No sé por qué, pero todos
los lunes salto como resorte de la cama apenas suena el despertador. Y lo mismo
les ocurre a todos los integrantes de mi querida familia.
Habitualmente salimos de la casa al colegio a las 07:40 am.
Sin embargo, invariablemente los lunes lo hacemos de forma más prematura. Hoy
no fue la excepción. Cuando nos subimos al auto, el tablero marcaba recién 07:30
horas. “Parece que exageramos un poco, niños”, les dije a mis hijos. “Sí mamá,
me dijo Leticia, porque todavía está muy oscuro”.
Bueno, enfilamos al colegio y traté de irme muy lento, para
no llegar tan adelantada, considerando que la hora de entrada es a las 8 de la
mañana. El colegio queda muy cerca de mi casa, y no debo haber tardado más de 10
minutos en hacer el trayecto completo. Pero esos 10 minutos bastaron para que el
día empezara a clarear. Cuando llegamos al estacionamiento del recinto
educacional, mis dos hijos mayores se despidieron a la rápida y partieron
corriendo desaforados. Yo me quedé ayudando a Elena, mi hija más pequeña, que aún
disfruta que su mamá la lleve de la mano a su sala de clases.
Pero al momento de bajarse del auto, Elena miró a su
alrededor y dijo sorprendida “¡Espera un momento, mamá…!” Sin entender bien qué
le pasaba, me alarmé, “¿¡Qué pasa, Nenita!?”, le pregunté. “Es que – me dijo- ¿Por
qué aquí en el colegio es de día… y en nuestra casa es de noche?”.
Me conmovió su lógica para entender el mundo. Y mientras
caminábamos hasta el Kinder-B le expliqué que en realidad, en esos 10 minutos
que nos demoramos en viajar de la casa al colegio, había empezado a amanecer y
rápidamente la noche había sido reemplazada por el día, tanto en la casa como
en el colegio.
Mientras iba de regreso caminando hacia el auto, pensaba en
la ingenua e inocente deducción de mi
hija. Y enternecida, me reía sola. Ya sentada frente al manubrio reflexioné… “Es
lo mismo que debe sentir Dios frente a algunas de nuestras deducciones. Mientras
a nosotros nos parecen de toda lógica… Él debe reírse solo, enternecido”.
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