Ilustración: Paulina Gaete
Cuando trabajaba en la tele, había un dicho que los más
viejos en el negocio se encargaban de dejarte claro desde un principio: “las
excusas no se televisan”, queriendo decir con esto, que sea lo que sea que
salió mal, salió mal y punto. Al público –el telespectador en este caso- no le
interesa conocer la retahíla de razones,
pretextos, subterfugios, justificaciones para explicar dicho fracaso o error. Y
si por esas cosas de la vida, el responsable del traspié eras tú, no sacabas
nada con justificar el faux pas con
una ringlera de razones, porque inmediatamente te paraban en seco y con una
sonrisa, te enrostraban: “¡Ah ah ah!... las excusas no se televisan, Amorosa!”.
Con la perspectiva del tiempo, he podido entender la valiosa lección que me
dejó esa vivencia que me mostró que al final del día, las excusas no sirven
para nada. Cuando se apagan las cámaras y las luces… el show ya fue. Lo que
salió mal, salió mal; lo que no se hizo, no se hizo no más; lo que no se vio, no se vio.
Yo creo que al final de nuestra vida, la cosa es más o menos
igual. Cuando se baje el telón ¿A quién le importarán las excusas?
Hay una dupla más letal que la célebre “Za-Sa”… Se trata de la dupla “Es que…”, un
peligroso binomio archi-utilizado al
momento de articular alguna excusa. “Es que… no tengo tiempo”; “Es que… soy muy
vieja…”; “Es que… no tengo plata”; “Es que… estoy cansada”, “Es que… me duele la cabeza”; “Es que…
es muy difícil”; “Es que… no soy
para eso”; “Es que… no me dejan”; “Es que… la pega”; “Es que… mi jefe”; “Es que… el gobierno”… ¡Excusas! Simples y llanas excusas.
Las vidas se recuerdan por lo que fueron. No por las excusas
que justifican por qué no fueron lo que pudieron haber sido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario