No quiero crecer,
mamá”, me dijo el otro día mi hija de 10 años. La repentina confesión me
sorprendió. En el primer microsegundo no supe bien cómo interpretarla, pero
luego, decidí tomarla a bien, porque para qué hacerme un quilombo a partir de
la simple e inocente declaración de una pre púber ¿cierto?. “Me parece
fantástico, querida – le respondí- eso significa que lo estás pasando tan bien
en tu vida, que… ”. Mi hija me interrumpió. “No. No es por eso, mamá. Es porque
no quiero ser grande y tener que hacer lo que hacen los grandes”. “¿Y qué hacen los grandes que te resulta tan
molesto?” le pregunté intrigada, sin saber en los laberintos en que me estaba
metiendo.
Y mi hija habló sin
anestesia: “Andan siempre apurados, y cansados, les gusta dormir, ven programas
aburridos en la tele y se quejan y se quejan y se quejan… En serio, mamá, pasan
todo el día quejándose”. “Al que le venga el sayo que se lo ponga”, pensé. Y me
lo tuve que poner no más. No me quedó otra, considerando que soy uno de los
adultos que más tiempo pasa junto a mi hija, indudablemente mi comportamiento
tiene que haber influido para que ella saque este tipo de conclusiones.
Vamos viendo.
¿Ando siempre apurada? Bueno, con todo lo que hay que hacer, el día como que no
alcanza, entre la casa, el trabajo, el supermercado, el calefont que se echó a
perder, reembolsar las boletas del médico, las reuniones del colegio y miles de
otros ajetreos, sí, para qué negarlo, uno anda siempre apurada. ¿Paso cansada y
me encanta dormir? Honestamente, la almohada se ha convertido en un lujo
altamente añorado por mi persona, y no solo cuando se acerca la hora de
acostarse. Punto para mi hija. ¿Veo programas aburridos en la tele? Para qué
estamos con cosas, ni los noticieros, ni “El Precio de la Historia”, ni
“Downton Abbey”, son los programas más seductores para alguien con sólo una
década de vida, así es que mi hija se anotó un poroto en este ítem
también. Finalmente, con respecto a la
queja, decidí objetivizar el tema y durante un día me propuse enumerar las
veces que me quejo. Y ¿saben qué? apenas a las 08:30 de la mañana ya me había
quejado más de 10 veces. Me dio pavor seguir contabilizando y por dignidad, decidí
dejarlo hasta ahí.
Confieso que de
todo lo mencionado por mi pequeña saltamontes, esta última fue la estocada que
más me dolió, porque me di cuenta que no sólo me quejo, sino que me quejo
mucho. Me quejo porque sí, porque no, porque es muy temprano, porque es muy
tarde, porque hace frío, porque hace calor, porque me queda ancho, porque me
queda apretado, porque está oscuro, porque ya amaneció. Escandalizada por mi
descubrimiento, juré que no me iba a quejar más, exigente promesa que me llevó
a hacer otro hallazgo más perturbador aún: erradicadas las quejas de mi vida
¡me quedé sin tema de conversación!
¿Soy sólo yo o
esto nos pasa a todos los grandes? A veces los niños nos reflejan de la forma
más cruda. No es agradable, pero creo que es bastante sano que de vez en cuando
alguien nos pegue en los cachos. Sin violencia, sin tapujos y… sin anestesia.