(Ayer se publicó mi última columna en "El Mercurio de Antofagasta". Fue una decisión personal no exenta de contradicciones. Me lo tomo sólo como un receso... la puerta ha quedado abierta. Me voy muy agradecida de haber tenido la posibilidad de escribir en ese medio).
Pero como a veces
la vida es rara, pasó el tiempo, crecí, dejé de tenerle miedo a muchas cosas (aunque
aprendí a tenerle miedo a otras), y cuando llegó el momento de decidir qué
quería hacer por el resto de mis días, irónicamente, el periodismo fue mi
opción. Ni me acordé de todos mis temores infantiles y no fue sino hasta después
de muchos años, que un día caí en cuenta que la misma niña, que de forma tan
vehemente evitaba enterarse de la actualidad noticiosa, se había convertido en reportera de todas esas cosas a las que tanto miedo les tenía
cuando chica.
Poco a poco he ido
entendiendo que para lo único que te sirven los miedos es para aprender a
trascenderlos. A veces, no tienes ni las ganas, ni la fuerza, ni la valentía
para superarlos conscientemente, entonces es cuando el inconsciente, con una fuerza
sacada de no sé dónde, te impulsa a hacer lo que tienes que hacer. Y tomas
decisiones insólitas, te contradices, suenas incoherente, haces cosas aparentemente
ilógicas y lo más probable es que nadie te entienda… ni siquiera tú mismo. Sin
embargo, si eres capaz de ser fiel a lo que dice tu corazón, más que a lo que
dicen los demás, puedes estar seguro que no te vas a equivocar. Me gusta pensar
que tal vez fue por eso que estudié periodismo. Y me gusta pensar también
que es quizá gracias a esa misma fuerza oculta, mucho más sabia que yo, que
tomo las decisiones que tomo en la vida.
Por eso quiero
contarles la decisión que tomé hace algunos días: la de hoy es mi última
columna en estas páginas. Fue hace casi tres años que envié un día un correo al
director de este diario, a quien no conocía, proponiéndole la idea de abrir un
espacio en el que pudiéramos aportar una mirada positiva de la vida. Hoy, más
de 150 columnas después, siento que es momento de ponerle una pausa a esta
entrega, para quizá, recargar energías, para recorrer otros senderos y para
aprender otras lecciones.
Escribir esta
columna cada semana fue el mejor regalo que mi profesión me ha podido dar. Y me
ha hecho tan feliz, que constituye una prueba real de que efectivamente no me
equivoqué en mi vocación. Me voy con el corazón lleno. Gracias a cada uno de
ustedes por darse el tiempo de leer mi trabajo y gracias a este diario por reservar
cada semana un espacio para recordarnos que a pesar de todo y entre tanta
noticia compleja y difícil… la vida es bella. ¡Hasta pronto!
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