Es cierto, uno
cuenta historias acerca de uno, cosas que le pasaron, vivencias que tuvo y a
uno como que le da un poco de pudor. Pero el otro día, leyendo una entrevista al poeta Raúl
Zurita, entendí de qué se trataba todo este asunto. Porque Zurita –en esa
entrevista- hablaba de su vida, de las cosas que le pasaron, de las vivencias
que tuvo, y entonces, de pronto, yo estaba tan entretenida con el relato, y de
alguna forma me sentía tan identificada con cómo este poeta contaba sus
historias y podía entender tan perfectamente las emociones que transmitía, que caí
en cuenta que a uno le gustan las historias de otros no porque sean de otros,
sino porque simplemente uno se refleja en ellas.
En el fondo, es cierto, somos
todos bien autorreferentes, nos gusta mirarnos en el espejo
una y otra vez, nos buscamos en las vidas de otros y nos descubrimos en la
medida que descubrimos a los demás. Y entonces pensé que tenía carta blanca
para seguir escribiendo de lo que me pasa, sin remordimientos, ni ninguna culpa por hablar demasiado de mi misma. Porque en el
fondo, yo escribo una historia mía, pero el que lee, no lee mi historia… sino
la suya contada por mí.
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