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Desde chica tuve
un sueño: cantar. Cantaba en la ducha, en mi pieza, en el auto y mientras
regaba el jardín. Pero hace un par de años me
pregunté: “¿Cómo es posible que alguien con tantas ganas de haber sido cantante
se haya convertido finalmente en periodista?” La respuesta a aquel crudo
cuestionamiento me cayó como un rayo de hielo que partió mi corazón en dos:
“Porque en tu caso, querida, las excusas siempre fueron más poderosas que el deseo
de llevar a cabo tu sueño”. ¡Auch!
“¿O sea que nunca
fue culpa de mi papá, que siempre quiso que estudiara una carrera
tradicional?”... No. “¿Y tampoco fue culpa del jurado de ese concurso de canto
escolar que no gané?”… No. “¿Y tampoco fue culpa del programa de talentos al
que no clasifiqué?”… No. “¿Y tampoco fue culpa de los compañeros de curso que
encontraban ñoñas las canciones que a mí me gustaba cantar?”… No. El introspectivo ejercicio me hizo entender,
no sin dolor, que mi vida estaba llena de excusas y que a estas alturas, era
oportuno dejar de validarlas, recuperar el tiempo perdido y empezar –en serio y
por mi bien- a cantar de una buena vez.
Y les cuento que
aquí estamos. No ha sido fácil. Ha sido un camino con altos y bajos, lleno de
dudas, de miedos y de inseguridades, llegando muchas veces a cuestionarme si
soy lo bastante buena cantando. Precisamente en eso estaba cuando hace unos
días, encontré el libro “Big Magic”, de Elizabeth Gilbert, la misma autora del
mundialmente famoso best seller “Come, reza, ama”, en el que se basó la
película protagonizada por Julia Roberts y Javier Bardem. Bueno, el libro trata
sobre cómo abordar el proceso creativo y decidirse a cruzar al otro lado del
miedo.
Elizabeth dice,
que hay personas que tienen las excusas más razonables para explicar por qué no
han hecho lo que deberían haber hecho, pero puntualiza que al profundizar en
todas y cada una de esas excusas siempre, siempre, siempre se trata de una sola
cosa: miedo. Miedo de no tener el talento, miedo al ridículo, miedo de ser
rechazados, miedo de ver que hay muchos otros que lo hacen mejor y miedo a lo
que los demás puedan pensar o decir. Para combatir el miedo, dice la autora, conviene
centrarse en las razones que te impulsan a hacer lo que haces. En mi caso, yo
canto porque me gusta, porque lo disfruto, porque lo paso bien, porque me siento
feliz haciéndolo.
No hay más razón
que esa y la verdad es que ésa es razón suficiente. Lo que resulte de todo esto (si
gusto, si no gusto, si hay mejores o peores) ¿A quién le importa? Porque como
dice Gilbert, “uno debe medir su valía con respecto a la dedicación con que
sigue su camino, no por sus éxitos o fracasos”, y agrega con todo desparpajo, “sé
el bicho raro que se atreve a disfrutar”.
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