“¿Mamá, esta de
ahora es mi época?”, me preguntó el otro día mi hija menor. Sin entender bien,
le pedí que me aclarara a qué se refería. “Es que –me explicó- siempre que tú
dices ‘en mi época’, hablas de cuando
eras chica. Y como yo ahora soy chica, quiero saber si esta de ahora es mi
época”. En mi mente apareció el emoticón de los ojos bien abiertos (😳). Ya saben, de tanto usar el whatsapp uno actualmente ha dejado de pensar
con palabras y piensa (🤔), se emociona (😢), sufre (😩), se enoja (😡), sonríe (😊) y se carcajea (😂) con puras caritas
amarillas. Atroz. Mis sentimientos -que siempre creí eran ricos en matices,
florituras e incluso contradicciones- hoy no son más que una escueta caricatura
con ictericia.
“Mamá… mamá… ¿Por
qué te quedaste pegada y no me respondes?”. Mi hija me hizo salir de mi estupefacción.
“Eeeh… perdón, sí claro que esta es tu época, mi amor, pero también es mi
época. Cada época de la vida tiene su encanto”, le dije sonriendo no muy
convencida. “Pero tú siempre pareces haberlo pasado mucho mejor cuando chica
que ahora. Y además, siempre nos dices que ser chica en tu época era mucho más
bacán que ser chica en esta época”. Mi hija siempre logra dejarme atrapada en
callejones sin salida. “Y yo no entiendo por qué dices eso, mamá, si en tu
época habían muchas menos cosas de las que hay hoy: no habían ni celulares, ni
tablets, ni Netflix, ni Minecraft, ni PokemonGo”. “Eso es cierto –le respondí
tratando de mantener mi dignidad- pero déjame decirte que habían tacitas y
ollitas y trompos y jugábamos al luche y al elástico y también coleccionábamos
servilletas de papel.” Mi hija me miró con cierta indulgencia: “Sin ofender,
mamá, pero qué aburrido”, y antes que yo pudiera contra argumentar nada,
añadió: “A propósito, mamita linda hermosa,
¿me creas un perfil en Google para poder bajar la aplicación de PokemónGo?
¿Porfi, porfi porfi?”.
¡Habrase visto! Pareciera
como si yo hubiese vivido mi infancia hace al menos tres glaciaciones atrás,
porque en mi época yo salía a la calle a jugar con mis amigos y vecinos,
personas de carne y hueso con sangre humana corriendo por sus venas. Hoy mis
hijos salen a la calle ¡a cazar monstruos mutantes virtuales!
Sea como fuere,
así están las cosas no más, aunque debo decir que me parece bien contradictorio
esto de la tecnología. Porque por una parte se van haciendo cada vez más familiares
conceptos como la realidad aumentada (incorporación de datos e información
digital en un entorno real) y por otro lado, hay aspectos de mi realidad que
parecen ir en franca decrepitud (yo ya no pienso en español, ¡pienso en
emoticón!).
Como sea, el
equilibrio parece ser una vez más la mejor receta para convivir tanto con la
realidad aumentada de los pokemones como con la expresividad abreviada de los
emoticones. Como decía mi abuelita en su propia época: “ni tanto que queme al
santo, ni tan poco que no lo alumbre, mijita”.
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