Ilustración: Paulina Gaete
“Todo rico, sin ser fino…” Así dice –en broma, claro- una
querida amiga mía cada vez que disfruta de una opípara cena en casa de algún
amigo de confianza. A ella se lo dijeron una vez “con su qué”, lo cual en su
momento no fue para nada agradable. Pero con el paso del tiempo, mi amiga
decidió hacer de la mentada frasecita su mejor chiste. Entonces cuando junto a
mi marido somos los destinatarios del jocoso comentario, nos da mucha risa…
porque en verdad es muy hilarante imaginar que alguien alguna vez dijo esto en
serio. Y por otro lado, es muy reconfortante ver cómo mi amiga se ríe de sus
propias desventuras.
Es que en general, la vida es muy chistosa. Pasan cosas
cómicas a cada rato y siempre se le puede encontrar en lado livianito a todo. Porque
si lo pensamos bien, nada es tan grave. Incluso, dicen por ahí aquellos que
saben de humor y de cómo hacer reír a las personas que “la comedia es sólo la
tragedia sometida al paso del tiempo”. ¿Quién
no ha contado alguna vez una anécdota que en su momento fue una desgracia de
proporciones, pero que con la perspectiva del tiempo se convierte en una
experiencia muy graciosa?
Todos tenemos miles de ellas. Nuestra vida está plagada de
situaciones jocosas. Como esa vez cuando “en el canal de todos los chilenos”
grabando un importante programa piloto con un destacadísimo elenco de famosos actores
y humoristas, estaba yo, una flamante periodista, libretista y aspirante a actriz
cómica, que -para hacer la historia más patética aún- se creía el cuento de “sí-soy-bacán-porque-trabajo-en-la-tele”…
(Jajajaja ¡Es muy ridículo todo!). Bueno yo interpretaba a una monja voladora
que cantaba como la Novicia Rebelde y le contaba al público todos los dramas que
en esa época se vivían en la ciudad de Santiago (que, dicho sea de paso, son
los mismos dramas que tiene hoy nuestra capital), como las calles con hoyos, las
alertas ambientales, los peak de virus sincicial, los tacos… etc., etc., etc…
La letra de la canción la había inventado yo misma, por lo
que resulta aún más penoso lo que sucedió, cuando con el set lleno de público, luces,
productores, camarógrafos y coordinadores de piso, comienza la música y en el
momento en que salgo a escena, mi mente se va a negro. ¡Se me olvidó la letra!.. y
me quedé paralizada, vestida de monja, con todos esos focos alumbrándome, todas
esas cámaras grabándome y todos esos ojos mirándome estupefactos durante los dos
minutos y diecisiete segundos que duró la canción. ¡Fue terrible!, ¡La peor
humillación que he sufrido jamás! No sé por qué no salí corriendo antes, pero
cuando terminó la música me las emplumé al camarín de mujeres donde lloré y
lloré y lloré… de vergüenza. Al verme tan abatida, una conocida actriz, que hasta
el día de hoy hace de malvada en las telenovelas criollas, puso su mano sobre mi
hombro y socarronamente, con una
crueldad digna de su mejor papel, me dijo: “… eso te pasa porque no eres actriz
y no tienes oficio…”. Mala de verdad.
Bueno, esta historia la desclasifiqué hace poco, porque
durante mucho tiempo, me daba un pudor enorme contarla. Ya no. Ahora me río. Incluso
como que me gusta narrarla. Porque es realmente absurdo y cómico lo que
pasó.
Descubrí que es un tema de perspectiva el que las cosas sean
en verdad menos bochornosas o dramáticas de lo que parecen. Nada es tan grave. Y el tiempo siempre,
pero siempre-siempre, le dará la razón a
esa frase.
Marcel Munit ... acabo de encontrar este blog y te seguiré por siempreeeee jajajajajajaja
ResponderEliminarGracias Panchita! Me siento honrada!!!Un gran abrazo!
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