Ilustración: Paulina Gaete.
"Cuéntame un cuento, mamá".
Le tengo susto a esa frase. Sí, así como lo oyen. Le tengo
susto a que mis hijos me pidan que les cuente un cuento. Especialmente en la
noche, antes de dormir. Porque en verdad, a esa hora lo único que quiero es que
se duerman. Que se acabé el día y que ojalá lo más pronto posible, yo pueda
depositar también mi cabeza en la almohada y hundirme en la espesura de la
inconsciencia onírica. Hasta el día siguiente.
¿Está mal sentirse así? ¿Está mal que cuando cae la noche ya
no me queden fuerzas, ni ánimo, ni ganas ni siquiera para leerles un cuento a mis hijos? ¿Soy
una mala madre por eso? A veces pienso que sí. Que soy lo peor. Que la
madrastra de Blancanieves es una Santa al lado mío. Y otras veces digo… “¡Bahhh!
¡Qué tanto, tampoco!… Nadie se va a morir, ni va a quedar traumatizado porque
la mamá no le leyó un cuento en la noche”. ¿O sí?
Pero como mis hijos son de idea fija, insisten una y otra
vez en lo mismo: "Que cuéntame un cuento". "Que mamá, todas mis amigas me dicen que sus
mamás les cuentan cuentos". "Que mamá, el otro día una señora en la tele dijo que los
niños a los que les contaban cuentos antes de dormir eran más felices y tenían
mejores notas". Mis hijos, pobrecitos.
Creen todo lo que ven. Y todo lo que oyen. Y son bastante extorsionadores por lo demás. Y yo engancho,
claro está.
Pero bueno, como dijo el Puma Rodríguez: “Hay que escuchar la voz
del pueblo…” Por lo tanto, he pensado que ya es hora que les cuente un cuento a
mis pequeñines. Al menos uno. Pero como ésta será una ocasión excepcional, que
capaz que nunca más se repita en la vida, no puede ser cualquier cuento. Va a
ser un cuento especial. Un cuento inolvidable. ¡Un cuento inventado por mí!
¿Qué tal? ¿Un cuento querían? Un cuento van a tener. Y sanseacabó no más. Dice
así:
Cuento
para niños:
LA
MAMÁ CANSADA
Por
Muna.
Había una vez, en un
país muy, muy, muy lejano, una hermosa joven llamada Andrómeda, de cabellos
castaños y largos hasta la mitad de la espalda. Sus grandes ojos parecían dos
aceitunas de Azapa y sus labios eran tan rojos como la luz roja del semáforo de
la esquina. Un día de primavera, cuando los rayos Ultravioleta estaban en el
nivel naranjo, esta atractiva damisela se encontró a boca de jarro con el hijo
del dueño de la carnicería del barrio.
Un tal Citrulo. Citrulo era joven, apuesto y musculoso y ese día andaba sin
camisa. Tanto acarreo de huachalomos de allá para acá le habían ayudado a
formar un bello y fibroso torso que a él le gustaba lucir. Al verlo, Andrómeda
no pudo disimular la instantánea atracción que sintió por el apuesto Citrulo, y
éste, que algo sabía de filetes, reconoció en la bella joven un excelente corte
que pintaba para Sello Premium.
Para no ponernos
lateros con los detalles, sólo les diré que Citrulo y Andrómeda se gustaron, se
enamoraron, se casaron y fueron felices… pero sólo por un rato. Porque en
verdad, queridos hijos míos, esto de que “fueron felices para siempre”, es la
mentira más grande que se ha contado jamás en los cuentos infantiles. La
felicidad eterna no existe. Y menos si uno está casado. La felicidad dura un
rato, luego viene una pelea, un poco de ley del hielo, otro poco de morderse la
lengua, luego hay una reconciliación y entonces nuevamente viene un período en
que somos felices por un rato. Y así, uno va armando su vida como puede no más.
¿Que si hay amor y cariño? Sí. Algo tiene que haber porque uno no va a estar
aguantando al caballero en cuestión porque sí no más. Así es que tranquilos,
porque cariño, hay.
Bueno, llegó el día en
que Andrómeda se tuvo que cortar el cabello. La pobre había tenido tres hijos y
entre tanto embarazo y amamantamiento, se le fue cayendo el pelo, las puntas que
le quedaron se le resecaron y por si fuera poco, se llenó de canas. Cuando
Citrulo llegó del trabajo en la noche, vio a su mujer con su cabellera recién
podada y al pobre le pasó lo que le pasa a la mayoría de los maridos frente a
esta clase de acontecimientos: no se dio ni cuenta. Andrómeda pensó en hacer un
escándalo frente a la cruel indiferencia de su esposo, pero finalmente,
desistió… “¿Qué saco?”, reflexionó sabiamente y se acordó que estaba demasiado agotada
como para iniciar una discusión. Su día había estado normal, con los
sobresaltos habituales nada más: la profesora de su hijo mayor le había mandado
llamar al colegio porque su angelito le había dejado el ojo morado a un
compañero de curso; el wáter se había rebalsado inundando todo el baño y el
pasillo; su hija del medio había vomitado en la alfombra shaggy de la pieza
matrimonial; la gata había parido 5 gatitos y el jardinero había pisado a uno
de ellos reventándolo y finalmente, el budín de zapallos italianos que había
hecho con tanto esmero se le quemó en el horno mientras ella le daba cristiana
sepultura al fenecido felino.
Pero ya era de noche y
Andrómeda sabía que quedaba poco. Entonces, con su pelo corto, enfiló a la
habitación de sus hijos a quienes arropó y besó en la frente. Cuando iba
saliendo de puntillas de la pieza, feliz porque el día había terminado y ansiosa
por desplomarse como un vil saco de papas sobre su cama, su hija más pequeña le
lanzó la tan temida pregunta que cortó el aire como con un cuchillo… “¿No nos
vas a contar un cuento, mamá?”. Sin darse vuelta y afirmándose del dintel de la
puerta, Andrómeda, cerró los ojos, respiró profundo y dijo con la voz más dulce
que pudo entonar: “La mamá está cansada, cariño… Mañana les cuento uno…”
“Está bien, mamita
hermosa – respondió la pequeña con una sonrisa- Entendemos que estés cansada.
No es para menos. No nos vamos a poner a llorar, ni vamos a hacer ningún
escándalo. Comprendemos perfectamente que no eres Súper-heroína, que eres un
ser humano igual que nosotros… y que también tienes toooodo el derecho del
mundo de estar agotada. Te queremos mucho. Buenas Noches, mamá.”
Y luego de escuchar
estas palabras mágicas, Andrómeda salió de la pieza reconfortada. A lo lejos se
escuchaba el histérico relato del partido de fútbol que su marido veía en la
sala de estar, tomándose una cerveza y engulléndose un emparedado de pastrami.
Andrómeda sonriendo se tendió en su cama y pudo finalmente descansar.
Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
FIN.
Yo creo que mis hijos van a estar
felices de escuchar este cuento esta noche, sobre todo, porque incluye una enseñanza tan
valiosa e importante… Ustedes ¿qué dicen?